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Venía yo cavilando, de vuelta ayer a casa, sobre las muchas lecciones que nos dan los clásicos de antaño a la hora de valorar los comportamientos humanos del presente y lo interesante que sería, por ello, conocerlos. Pues veía el otro día los vídeos de ... lo ocurrido en una Comisión de Cultura y Deporte habida en el Congreso de los Diputados: el grupo de Vox presentaba y defendía una Proposición No de Ley (PNL), «para la conmemoración y homenaje a la figura de Ángel Sanz Briz» (1910-1980), un diplomático español que, destinado en Budapest en plena II Guerra Mundial, consiguió salvar de una muerte segura a miles de judíos, gracias a artimañas varias con las que burló a las autoridades húngaras, a los propios nazis (que habían invadido Hungría y se apresuraban a deportar judíos a los campos de exterminio, para completar la 'solución final') e incluso a las españolas, de las que no obtuvo demasiada ayuda. Concretamente, aprovechó la posibilidad de dar documentación nacional a sefardíes que se declararan descendientes de los expulsados por los Reyes Católicos. No debían de ser más de 200, pero él logró que fueran más de 5.000.
Esa actitud personal y esa valentía suyas, fruto del horror ante lo que sucedía y de un puro sentimiento de justicia, humanidad y compasión, y que puso en peligro su vida y la de los suyos, le valió, entre otros, el reconocimiento de los propios sefardíes, que lo apodaron 'Ángel de Budapest'; el de las nuevas autoridades de Hungría, que le concedieron la Cruz de la Orden del Mérito de la República Húngara, le dedicaron monumentos y hasta una avenida en la capital; también recibió la gratitud del gobierno de Israel, que lo declaró 'Justo entre las Naciones'; el de Bélgica, que le otorgó la Gran Cruz de la Orden Leopoldo II; el de la Santa Sede, que le concedió la Gran Cruz de la Orden de Malta y lo nombró Caballero de la Orden de San Gregorio Magno. En España se le rindieron algunos homenajes en su ciudad natal, Zaragoza, que le dedicó una plaza y le erigió un busto, entre otras distinciones; en Madrid, que le concedió su Medalla de Oro y dio su nombre a una calle; o en Cádiz, donde se le dedicó un monumento... Pero faltaba un reconocimiento nacional a su figura.
Pues bien, el 14 de marzo de 2023 se debatía en el Congreso de los Diputados la propuesta de Vox de conmemorar y rendir ese homenaje al diplomático, para que también España, como parecía lógico, al margen de ideologías y partidos, reconociera oficialmente el mérito del 'Ángel de Budapest'. Sin embargo, los justos razonamientos de los grupos de Vox, Partido Popular, Ciudadanos y del diputado de Foro Asturias tropezaron con los reparos de todos los demás grupos parlamentarios. Unos y otros dejaron pasar la ocasión de hacer justicia a un español por el que todos deberíamos sentir orgullo, y argumentaron ante todo que lo que pretendía el bloque defensor del reconocimiento era blanquear el fascismo y el franquismo bajo el cual había ejercido su función diplomática Ángel Sanz Briz; y eso, a sabiendas de que este había actuado muchas veces por su cuenta, incluso desafiando a sus propias autoridades del régimen, siempre con el apoyo de su fiel Giorgio Perlasca, un excombatiente italiano de la Guerra Civil que suplantaba a Sanz Briz en sus ausencias, a fin de que no cesara la tarea de salvar judíos.
No sé si el pecado original de la PNL era que provenía de Vox o si se remontaba a la época en que Ángel Sanz Briz, como tantos españoles de entonces, tomó partido en la Guerra Civil por el bando que hoy se considera equivocado; quizá ambas cosas. Da igual. El caso es que la PNL fue rechazada con los votos negativos de toda la izquierda y sus sustentadores independentistas, nacionalistas y republicanos.
La decepción que me produjo semejante mezquindad humana me trajo a la memoria el nombre de Cornelio Tácito, uno de los más grandes historiadores romanos (s. I-II d. C.), de ideas republicanas, pero que tuvo que vivir bajo gobiernos imperiales. Y, en concreto, me acordé de su obra 'Vida y costumbres de Julio Agrícola', una suerte de biografía de su suegro en la que describe su legado como el más exitoso comandante de los ejércitos romanos en Britania, durante su conquista y pacificación, y exalta su valor, honradez, justicia, prudencia y humanidad. El hecho de que Agrícola hubiera ejercido su gobierno en tiempos de Domiciano, uno de los peores y más odiados emperadores romanos, no le impidió a Tácito alabar, juzgar en su contexto y reconocer aquellas virtudes, pues, prisionero de la época en que le había tocado vivir, siempre había procurado servir a su patria con lealtad y cumplir del mismo modo con su deber. De ahí que escribiera esa famosa frase de que «posse etiam sub malis principibus magnos viros esse» (Agr. 42, 4); o sea, «puede también bajo malos príncipes haber grandes hombres».
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