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Venía yo cavilando, de vuelta ayer a casa, sobre toda la ilusión que en las últimas semanas... qué digo semanas, meses, acumulaba este año pensando en el sorteo de Navidad. Como que me parecía que esta vez la suerte me iba a acompañar: tenía una ... especie de cosquilleo interno, una picazón, un prurito exacerbado que me agitaba y me susurraba por dentro: «este año sí». Pero no, algo debió de fallar: ni un triste reintegro; nada. Así que, decidido a que el presentimiento se cumpliera en el del Niño, una especie de convocatoria extraordinaria para quienes no tienen suerte en Navidad, como universitario que soy, investigador concienzudo, atento a cualquier resquicio que pueda echar abajo una demostración, una teoría o, como en este caso, un propósito, me puse manos a la obra y, oyesss, con mucha maña y más método, lo conseguí. Te cuento cómo.
Lo primero que hice fue un seguimiento de los números premiados históricamente en ese sorteo. Fácil: la prensa te dice todos los años qué números y terminaciones han sido los más agraciados. Hombre, sí, es poca pista, pero algo es. Descubrí así que el 0 es la terminación que más veces había salido, nada menos que veintidós; y también supe que 20 fue la secuencia final más veces repetida en el Gordo, hasta en seis ocasiones; y que 31, tres veces, igual que 22 y 122, dos; 42 dos veces seguidas, lo mismo que 54; el 7 había sido la cifra final catorce veces y el 9, trece. Busqué, entonces, por internet números que acabaran en todas esas cifras para hacerme con sendos boletos: quería cubrir todos los flancos y dejar lo mínimo al azar.
Vi, a continuación, reportajes de los telediarios de los últimos años en que se entrevistaba a exultantes ganadores y se les preguntaba por los trucos que habían utilizado para escoger el número que había cambiado sus vidas: unos lo habían soñado, otros lo habían compuesto con fechas de hijos y familiares, otros con los guarismos de su número de teléfono al derechas o al revés, otros habían hecho complejos cálculos... yo qué sé: la gente dice muchas cosas. Los más, con todo, engañaban con que había sido puro azar. A estos, ni caso. Hice todos esos mismos cálculos, miré en mi agenda telefónica, revisé las fechas clave de toda la familia, busqué números entre mis sueños y, luego, por internet, boletos con esas características y aquí los tuve, listos para el día 5.
También presté atención a los adivinos que cada año salen a la palestra con que han 'visto' el número agraciado. Tuve noticia de diecisiete, aunque, curiosamente, no coincidían en el pronóstico; por si acaso, los busqué y los compré todos.
Las supersticiones de otros jugadores afortunados también las tuve en cuenta. Tenía muchos boletos, así que los metí todos en un sobre y me fui a buscar la suerte. Un compañero calvo de confianza me dejó pasar el sobre por su cabeza. No conocía a ningún jorobado... Me crucé con uno en la calle y anduve listo en darle una pasadita al sobre por la espalda, pero el muy capullo tenía mal carácter y casi me estampa el bastón en la cabeza. En un centro comercial vi a una dependienta grávida, como de ocho meses: le compré un abrigo que costaba un pastizal y entre risas, ji, ji, ja, ja, me permitió pasarle el sobre por el bombo: qué menos.
Solo hubo una cosa que no pude hacer: pasar el sobre por el lomo de un gato negro. Mi vecino me dejó intentarlo con el suyo, aunque no es negro. Espere entonces a la noche... Sin embargo, el puto gato no se dejó atrapar. No veas qué arisco era y cómo corría. Le ofrecimos de todo, pero fue inútil. Y no era cuestión de salir al tejado detrás de él.
Así pertrechado con mi abultado sobre de boletos, toda clase de amuletos que adquirí y una muy mermada cuenta corriente, llegó el gran día. Y dioooooss, qué alegría, por fin me tocó... ¡¡me tocó la lotería!!
Pero me di cuenta, entonces, de que todo lo que sale por la tele es un montaje. Proclamé 'urbi et orbi' la noticia y esperé inútilmente a que vinieran periódicos, televisiones, radios, youtuberos, blogueros, banqueros, comerciales de coches de lujo e inmobiliarias y amigos a felicitarme... pero nada. Como si no existiera. ¡¿No os habéis enterado?! ¡Que me ha tocado! Bueno, allá ellos. Yo ahora mismo voy a abrazar a mi kioskero, que fue quien me regaló la única papeleta agraciada, a ver si me descuenta en los periódicos el reintegro de los 2 euros jugados. Feliz año, para ti también.
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