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Venía yo cavilando, de vuelta ayer a casa, sobre la polémica que desde hace años, por lo visto, sacude a algunos colegios de enseñanza primaria ... y media, a propósito del uso de uniforme. Hace poco, la dirección nacional de una red de centros religiosos con presencia en diversas ciudades de España decidió, primero, imponer el uso de uniforme a todos los alumnos; y después, suprimir la falda del uniforme femenino en aras de una igualdad «inclusiva», como se dice ahora. Pero eso, precisamente, hizo surgir un problema: un montón de padres estimaba que las niñas tenían derecho a llevar falda, si lo deseaban, y que el pantalón obligatorio, en consecuencia, restringía su libertad.
Que los alumnos de colegios privados o concertados vistieran uniforme se consideraba hace muchos años un signo de distinción, que resultaba insoportable para los defensores a ultranza de la escuela exclusivamente pública y, en ocasiones, hasta ridículo. Y sí, claro, había bastante elitismo en algunos uniformes. Sin embargo, hace ya tiempo que las cosas han cambiado y, aunque sea menos frecuente, también las direcciones y consejos escolares de escuelas públicas han comprendido algunas ventajas del uniforme y lo han ofrecido a sus alumnos.
Para empezar, brinda una solución muy práctica al problema de padres e hijos de cada día: el qué le pongo o qué me pongo. Los niños difícilmente llegan a casa del colegio tal y como salen y tener que buscar a diario ropita limpia supone un trabajo extra en el hogar, aparte de una considerable sangría económica que pocas veces se imputa como gasto en la famosa 'vuelta al cole'. Siempre hay quien uniforma al niño o niña con la misma ropa todos los días, sin más complicaciones, pero es verdad que nuestros chavales, más si son chicas, son ahora mucho más exigentes con la ropa, máxime a partir de cierta edad, y no les vale eso de repetir conjunto o alternar con otro: si se les obliga, el follón familiar está garantizado.
Por otro lado, a cualquier edad, pero sobre todo en la difícil adolescencia, el uniforme es también la solución para eliminar diferencias entre el distinto poderío económico y social de las familias; muchas de ellas no pueden atender exigencias diarias de cambio de modelito o la necesidad de vestir esta o aquella marca. Y, en fin, su adopción evita que unos se fijen en otros, el tener que ir a la moda o el uso de ropa inadecuada; también fomenta el espíritu de grupo y de pertenencia a una comunidad educativa.
El uniforme ha pasado, pues, de ser icono de poderío social a símbolo, como su nombre sugiere, de igualdad entre alumnos: nadie puede destacar por su vestimenta; y esto sirve lo mismo para colegios privados o concertados que para los públicos.
En todo caso, en cada uno de ellos, especialmente en públicos y concertados, los padres votan y eligen si quieren o no quieren que sus hijos lo lleven. También conozco casos de colegios que ofrecen uniforme y dan libertad a los padres de utilizarlo o no. Curiosamente, la proporción de padres que lo usan es muy grande, especialmente hasta final de primaria, cuando son ellos los que mandan en casa; a partir de secundaria, las cosas empiezan a cambiar y los chavales suelen renegar de él.
Pero la polémica surgida ahora va un poco más allá; se ha teñido de ciertos colores vinculados no ya a la igualdad social o económica, sino a la llamada ideología de género. Lejos de considerar que la prohibición de la falda en los uniformes es un recorte de derechos, algunos razonan que su uso propicia diferencias entre niños y niñas y comportamientos que hacen de la mujer, ya desde la más tierna infancia, un objeto sexual al servicio del machismo más inaceptable.
Creo que esta postura, llevada al extremo, invita a pensar en que lo que pretenden los detractores de la falda colegial es que las mujeres, en general, eviten su uso para no contribuir a perpetuar roles sociales tradicionales. Pero eso entra en grave contradicción con el anhelo feminista de que las mujeres tengan libertad de vestirse como quieran, sin ser por ello preguntadas, miradas o, mucho menos, acosadas. Y esto último es claro que es una de las pocas cosas en que tienen ventaja las mujeres frente a los varones, condenados a llevar pantalón de pequeños y a seguir vistiendo casi igual de mayores. ¿Estarías tú dispuesta a eliminar la falda de tu vestuario femenino, en aras de la igualdad? ¿No sería, al contrario, un paso atrás?
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Ana del Castillo
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