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Venía yo cavilando, de vuelta ayer a casa, sobre la revolución que ha supuesto la llegada de las universidades privadas a la educación superior en España. Su proliferación parece no tener límites: frente a las públicas, 50, la última de las cuales (Politécnica de Cartagena) ... se fundó en 1998, las privadas ya suman 46, pero pronto supondrán más de la mitad del conjunto, pues hay 10 en proyecto. Todo es alegría cuando una de ellas decide instalarse en cualquier parte del país: las administraciones de los territorios que las acogen se congratulan por la inversión que implican; para alumnos que no hayan tenido plaza en la carrera deseada en la pública o incluso para los que no han aprobado la EBAU son una puerta de esperanza, pues el acceso a la privada no conoce, en general, barreras; y para las familias de tales estudiantes es un alivio tenerlas cerca, ya que no tendrán que pagar, además, el mantenimiento del chaval fuera de casa. Por si fuera poco, las privadas proponen unos estudios más 'modernos' y prácticos, adaptados a las necesidades de las empresas, aseguran, y unas tasas de empleo superiores hasta en 6 puntos a las de las públicas. Como ves, todo son ventajas: inversión, acceso, cercanía y trabajo.
Pero creo que también tienen algunas desventajas, no menores; de hecho, no son normalmente primera opción de la mayoría de estudiantes. Una de las principales desventajas es el precio: frente a los entre 1.200€ y 1.600€ que puede costar el curso en una carrera de la pública, por ejemplo, en la Universidad de Oviedo, el desembolso en la privada puede variar entre los 5.000€ y 25.000€ o más por curso. Por más becas que ofrezcan (muchísimas menos que en la pública), estudiar en una universidad privada es muy caro y no está al alcance de cualquiera.
Es preciso valorar ese 6% más de posibilidad de encontrar un puesto de trabajo al terminar. Conozco a alumnos de ciertas universidades privadas excelentísimos, con una formación envidiable en materias como medicina, derecho, economía o ingeniería; y también conozco a otros, digamos más normales, que en una universidad pública no hubieran pasado de 1º o 2º, pero que gracias al 'apoyo del profesorado' y a acuerdos con ciertas empresas, muchas veces del propio grupo inversor, ocupan puestos vetados al común de los mortales: los 'contactos' en la privada son importantísimos para mantener el nivel, no ya de formación, sino de empleo; y eso cuesta y se paga.
La mayoría de las privadas presumen de maravillosas instalaciones docentes y deportivas. Ahora bien, a su respecto quiero recordar que una universidad no es un conjunto de edificios y espacios deportivos, sino un compendio de saberes reunidos en torno a una gran biblioteca y compartidos por unos profesores, que los investigan y enseñan, y unos alumnos, que los descubren de la mano de sus maestros. ¿Vienen también con una biblioteca bajo el brazo las nuevas universidades privadas? ¿Qué provecho de todo ello obtiene el alumno matriculado para cursar el grado en línea, que casi todas ofrecen, privado además del trato de compañeros y profesores?
Los profesores, por su parte, no son contratados como en las públicas, por sus méritos, en concurrencia pública y con el requisito mínimo de ser doctor, sino en función de criterios... llamémoslos diferentes. Y sí, desde luego, la atención y 'apoyo' al alumno pudieran ser mayores en la privada que en la pública, pues en esta, desde luego, el profesor no cobra por ser una especie de asistente personal del alumno ni, por supuesto, está poco menos que obligado a aprobarlo, aunque no dé un nivel.
En fin, que las privadas alardeen de ofrecer estudios 'modernos' y acomodados a las necesidades de la empresa lo considero un mantra con poco fundamento y un error, porque las necesidades del mercado y las empresas cambian constantemente: la universidad, pública o privada, debe aspirar a investigar en todas las ramas del saber y enseñar lo necesario para formar al estudiante en cada grado, de modo que pueda ejercer en cualquier ámbito, público o privado, y no solo en las materias que demanden algunas empresas; son estas las que tienen que especializar a sus trabajadores en sus productos.
Me parece genial que existan las universidades privadas, faltaría más, pero no quiero dejarme deslumbrar por apariencias, por muy bien que, desde luego, funcionen algunas en algunas disciplinas. Con todo, no estaría de más que sufrieran los mismos controles de calidad que las públicas, para que no diera la impresión de que la mayoría de ellas están concebidas, más que como un servicio público, que también, como un boyante negocio, dispuestas a aprovechar un determinado nicho de mercado. ¡Y qué nicho!
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