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Venía yo cavilando, de vuelta ayer a casa, sobre lo difícil que resulta a veces verter al español ciertos vocablos del latín, cuando se aplican a cosas muy diversas. Como que traduciendo con mis alumnos las famosas Catilinarias de Cicerón, vimos que uno de los ... términos más recurrentes y que a más realidades se atribuyen es 'fortissimus'. Y no siempre conviene, para entender lo que quiere decir Cicerón en cada caso, traducirlo de la misma manera. La palabra en cuestión es la forma superlativa del adjetivo 'fortis', que primariamente significa 'fuerte'. En su sentido literal cabe encontrarla referida a cosas como árboles, vides o pueblos (¿te acuerdas de cuando traducías 'La Guerra de las Galias' de César y el autor nos decía que, entre los pueblos que habitaban aquel territorio, los belgas eran «omnium fortissimi», o sea, los más fuertes de todos?); también a soldados, a quienes el adjetivo les va muy bien, porque añade a su significación, el valor de aguerridos, valerosos y valientes. El problema surge cuando el término alude a personas que no son soldados ni son fuertes, ni valientes, ni aguerridas, ni valerosas, salvo en un sentido figurado. Así es como aparece en aquellos famosos discursos de Cicerón, cuando lo dedica, por ejemplo, al senador Marco Marcelo, en la expresión 'vir fortissimus', en contraposición al depravado Catilina. Aquí, lo que quiere decir Cicerón es que este 'vir' (varón) estaba dotado con las virtudes de la responsabilidad, capacidad de trabajo, prudencia, sensatez, honradez, nobleza, sentido de Estado, coherencia, bondad, respeto a la tradición… todas aquellas, en fin, que en la antigua Roma adornaban al buen gobernante: su traducción, como puedes imaginar, resulta muy difícil, pues no hay palabra en español capaz de decir tanto.
Pues en estas cosas pensaba cuando la radio del coche, fiel transmisora de la realidad inmediata, informaba sobre el último comité federal del PSOE: el presidente de Gobierno en funciones había hablado, por fin, abiertamente de la amnistía a todos los implicados en el 'procés' y proponía, «en nombre de España», la promulgación de esa ley con que hacer de la necesidad de unos pocos votos la virtud de seguir gobernando. Y no me llamó la atención el que se hiciera público un deseo que todos sabíamos que, de repente, albergaba el presidente en funciones: a mí, como ya a tantísimos ciudadanos, hace tiempo que su palabra me resulta indiferente, inconsistente y digna de ningún crédito; lo que me sorprendió fue el cerrado aplauso que provocaron sus palabras, las alabanzas que recibió el anuncio y lo que representaban: que todos los que agitaban sus manos estaban de acuerdo con el proceder de su líder y ninguno de ellos albergaba la menor crítica, al menos que se supiera, ante semejante contradicción con lo que hasta ese momento todos habían sostenido. Y ensalzaron unos la claridad del presidente en el planteamiento, y otros ponderaron su valentía.
Me acordé, entonces, de aquellos senadores romanos que, en tiempos ya de tiranos emperadores, siempre estaban atentos a posibles deseos del príncipe para anticiparse a ellos o para secundarlos con actitud servil, como si fueran revelaciones, por más absurdos que parecieran. Con todo, siempre había alguno capaz de mostrar la inconsistencia de semejantes deseos; esos sí que eran valientes, auténticos 'viri fortissimi', que pagaban a menudo con la pérdida de sus bienes, el destierro o, en el peor de los casos, con su vida la osadía de su sinceridad, cordura y honradez.
Pues algo así parece que ocurrió en el mencionado comité federal del PSOE. Hubo un 'vir fortissimus', el presidente de Castilla-La Mancha, que se rebeló contra lo que hasta ayer se consideraba un despropósito. Ningún apoyo, ningún aplauso, ninguna alabanza cosechó: solo reproches y hasta amenazas, siendo como es el único de los tres 'barones' socialistas que gobierna con mayoría absoluta. Su pecado, como el de aquellos senadores, 'viri fortissimi', fue no cambiar de opinión, mantener unas ideas, una coherencia y un respeto escrupuloso hacia el programa electoral que lo había encumbrado y hacia quienes le votaron. Su voz activa se sumaba a las pasivas de algunas relevantes figuras del partido, como Felipe González, Alfonso Guerra o Nicolás Redondo, recientemente expulsado de él, entre varias otras.
Para aquel y los suyos será un problema seguir en un partido al que deben todo, pero con cuyo líder discrepan. Tal líder, como aquellos caprichosos emperadores romanos o, no quiere voces discrepantes en sus filas, solo adeptos; y no busca en ellas 'viri fortissimi', sino 'viri servilissimi' que, como esclavos, obedezcan a sus dictados y, como él y a la vez que él, cambien de opinión cuando sus personales circunstancias lo requieran. También ellos escriben la historia.
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