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Venía yo cavilando, de vuelta ayer a casa, sobre la sorpresa que se llevó un viajero que hacía la misma visita que yo a cierta localidad castellana, cuando el guía que nos la enseñaba nos mostró un escudo de los Reyes Católicos. En la parte ... baja figuraban los inconfundibles yugo y flechas representativos de su monarquía. La sorpresa le vino al viajero porque asociaba tales símbolos a la época de Franco y le parecía extraño verlos allí, fuera de contexto. Sin embargo, como le recordó el guía, habían sido Falange Española y Franco quienes se habían apropiado de esos motivos sin motivo, pues donde tenían pleno sentido era justamente en el contexto del escudo de Isabel y Fernando.
Como es sabido, a la hora de buscar emblema para significar la unión de los reinos de Aragón y Castilla, a través del matrimonio de sus respectivos reyes, Isabel escogió las flechas, entre otras razones y como era costumbre en la época, porque su denominación empezaba por F, como el nombre de Fernando; y este eligió el yugo, porque su nombre comenzaba por Y, igual que el de Ysabel, que es como se escribía entonces. Lo que no es tan sabido es la razón de que el uno escogiera el yugo, con los muchos nombres que empezaban por I o Y, y de que la otra escogiera las flechas, ambos con unas cuerdas sueltas, cuando tantos nombres había, igualmente, que empezaran por F. Pues esa razón, como tantas cosas, hay que buscarla en el mundo clásico.
El yugo tiene que ver con Alejandro Magno y, en concreto, con el episodio de la leyenda de Gordión. Como puedes leer, por ejemplo, en la Historia de Alejandro del historiador romano Quinto Curcio (s. I-II d. C.), Alejandro, ya durante su campaña por Asia Menor, tuvo noticia de que en el templo de Júpiter de Gordión, capital del antiguo reino de Frigia, el rey Gordias había dejado como ofrenda su carro con el yugo; y de que en torno a él había enrollado una cuerda con tantas complicaciones, nudos y enredos que la población empezó a asegurar que un oráculo proclamaba que quien lograra desenmarañar el nudo sería conquistador de Oriente. Alejandro quiso entonces probar fortuna, sobre todo por el impacto que cumplir el vaticinio tendría en sus hombres, empeñado como estaba en la conquista de toda Asia. Tras llegar a Gordión, pidió enfrentarse al nudo. Luchó con ansia durante largo rato hasta que, cansado, sacó su espada y de un tajo deshizo el nudo. Al hacerlo, exclamó: «¡No importa cómo se deshaga!» Y así cumplió (o burló) el oráculo.
Por su parte, las flechas de Fernando se remontan a una obra de uno de los escritores griegos más prolíficos de la antigüedad, Plutarco (s. I-II d. C.), cuya influencia en occidente fue enorme. Como parte de una obra suya de contenido muy variado, los 'Moralia', figura un tratadito titulado 'Máximas de reyes y generales' en la que recoge sentencias y anécdotas diversas de esa clase de personajes. Pues bien, hay una referida al rey de los escitas Escíloro (s. II a. C.), padre de 80 hijos a los que reunió en su lecho de muerte. Para asegurarse de que no pelearan entre sí para heredar su reino, les entregó un haz de flechas atadas por el centro y pidió a cada uno que las rompieran. Ninguno de ellos fue capaz de hacerlo. Entonces, él cogió el haz, lo desató y con mucha facilidad fue quebrando una a una las flechas: quería hacerles ver que, si se mantenían unidos, serían fuertes; por separado, muy débiles.
No subestimes la influencia de la historia de Alejandro en Europa durante la Edad Media: él solo fue en todos los tiempos modelo de éxito personal y militar, aunque también lo fuera, como en nuestro Libro de Alexandre, de gloria pasajera. Para el rey Fernando el yugo, con la cuerda desatada, era todo un símbolo, pues también él, como Alejandro, pretendía expandir su reino. Por su parte, el librito de Plutarco debió de ser muy leído entre la nobleza, por razones obvias.
Pues en una y otra historia se debieron de inspirar los Reyes Católicos. Además, uno de nuestros más grandes humanistas, Elio Antonio de Lebrija, parece que fue quien sugirió a los Reyes incorporar como divisa el famoso «tanto monta», sin la espuria morcilla «...monta tanto Isabel como Fernando», que la cultura popular añadió con una rima fácil. El verdadero significado del mote, como aclaran otras versiones, se refería al modo de deshacer el nudo gordiano: «tanto monta cortar como desatar» que, aplicado a la política, se convertirá más tarde en el maquiavélico dicho de que «el fin justifica los medios».
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