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Los plebiscitos que no se convocan oficialmente son armas arrojadizas. Alguien que se cree más fuerte reta (airada o sibilinamente) a quien piensa derrotar. Es un estado de ánimo. Por lo tanto, este 9J no ha habido un plebiscito. O en todo caso ha habido ... como mínimo tres. Tres expectativas plebiscitarias. El reto más explícito lo formuló Feijóo con ansiedad manifiesta. Pero también hubo expectación plebiscitaria con la voluntad de incidencia política de ciertos jueces. Y a nadie se le escapa que la izquierda radical ha vivido las elecciones europeas como un proceso plebiscitario interno.
Ninguno ha cosechado resultados contundentes e inapelables. La pasión inicial que blandía Feijóo contra Sánchez ha quedado en gatillazo. Una vez más, y ya van dos, Feijóo gana de manera insuficiente. Queda abierto. Plebiscito aplazado. Por otro lado, poco se puede decir del plebiscito que pretendía zanjar el proceder creativo del 'partido judicial'. Como no existe en comunión de cuerpo y alma, no se conocen las reacciones más íntimas e inmediatas y habrá que esperar a que ciertos jueces se pronuncien con instrucciones, interrogatorios y providencias. Plebiscito oculto.
Por último, sobre el plebiscito que no formularon pero se lanzaron los de Podemos y los de Sumar, lo que ha destacado es su desdibujamiento: Sumar ha ganado a Podemos pero no está muy claro quién es el Gordo y quién el Flaco de esas izquierdas transformadoras que pululan en el escenario chico de la nueva política, haciéndose feos y dándose de bofetadas. Plebiscito recurrente.
El PSOE ha resistido. Sánchez ha salido vivo y, por lo tanto, más que haber ganado el plebiscito, ha conseguido que lo pierda Feijóo. Sánchez se marcha coleando del 9J, con todos los problemas encima, pero vivo. Los programadores del plebiscito que formuló el PP pueden sentirse algo aliviados. Se ha evitado in extremis algo que, de tanto tensar la cuerda, se volvía en contra: conforme se acercaba el final de la campaña, y aunque la encuesta del CIS siguiera sonando a manipulación, percibían que la mismísima idea del plebiscito podía llevarlos al indeseable umbral del empate técnico. En ese caso Feijóo se habría quedado a la intemperie de estos tiempos de política cruda y caníbal. Comenzaría a atronar el reclamo de su sustitución.
Así se puede valorar lo que ha significado el 9J en la coyuntura actual, dándole la vuelta a su palabra-clave: plebiscito. Pero hay otro modo de enfocar el resultado de las elecciones europeas. Mirando hacia atrás para completar dos balances pendientes, dos análisis históricos referidos a un año completo, haciendo un ejercicio de historia inmediata para valorar los dos fenómenos electorales de 2023 (con sus derivaciones en las elecciones gallegas, vascas y catalanas). Sin necesidad de ser historiadores especialistas, es ahora cuando mejor se puede 'retrodecir' qué es lo que pasó el año pasado. Es ahora cuando se puede interpretar el fondo de los dos desconcertantes resultados electorales de 2023: en las autonómicas y municipales de mayo, cuando el PP y Vox ganaron y pactaron para arrebatar a la izquierda casi todo el poder territorial; y en las generales de julio de 2023, cuando Feijóo ganó pero no pudo gobernar ni siquiera con el apoyo de Vox.
A la luz de este fin de ciclo, aquel 28 de mayo de 2023 fue percibido por Feijóo como si se tratara de un espejismo histórico. Era un éxito poco trabajado por su parte y con unas dimensiones tan descomunales que llevaban al endiosamiento y al autoengaño: por un lado, era un exitazo en parte coyuntural, con una izquierda desmovilizada y un PSOE pasmado y desgastado por estar gobernando en minoría; y por otra, era igualmente un éxito de hondo calado, pues estaba indicando tendencias favorables al rescate del bipartidismo, lo que implicaba, ahora está más claro, la recuperación del PSOE a costa de las otras izquierdas, aunque el giro demoscópico estuviera favoreciendo a la derecha.
También podemos cerrar ahora con más tino el balance del 23J de 2023. ¿Fue otro tipo de espejismo histórico para Sánchez? Quizás. Pero también era la llave del Gobierno. El resultado endiablado se revestía de miedos, hacia fuera, el de la derecha ganadora, y hacia dentro del propio PSOE, el de la vieja guardia. Frente a esa miseria doméstica aspiró a verse encumbrado en Europa como líder socialdemócrata. Aunque se quedaba manifiestamente impotente para gobernar, iba a gobernar satisfecho tras haber parado en España la ola reaccionaria internacional. Eso, que entonces le ayudó a seguir y negociar lo que no estaba escrito, a pesar de gobernar en minoría y en agonía, explica hoy la pervivencia de Sánchez.
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