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La muerte del Papa Francisco ha suscitado una ola de emoción mundial, seguramente por su sencillez y cercanía al pueblo, más allá de una identificación ... con su ideario evangélico. Los que rezaban para que más pronto que tarde se reuniera con el Padre celebran una sede vacante en espera de un volantazo, que no parece previsible. El sector más abierto de la Iglesia católica confía en que se apuntale la senda reformista desbrozada por Bergoglio, mientras que el ala conservadora aspira a un golpe de timón, a un giro involucionista que proporcione cobertura moral al integrismo que galopa a uña de caballo, manipulando y explotando el sentimiento religioso.
Es lo que están esperando desde que el primer Papa no europeo, el primer Papa jesuita, apareció en el balcón de la logia de la basílica de San Pedro y se presentó como un obispo, desacralizando la figura del papado y con un lenguaje propio. Doce años después, que Francisco se mostrara en el corazón de la cristiandad sin los atuendos papales, con una camiseta de lana y una manta a modo de poncho de la pampa argentina, como un abuelo o un bisabuelo enfermo, fue el último episodio para recibir críticas virulentas. Ya no solo estaba vaciando el depósito de la fe, acusación recurrente de los rigoristas, sino que estaba infligiendo «una herida» a la dignidad del papado en el contexto de una «sede impedida», una referencia despectiva por el estado de salud del Papa.
El pontífice argentino siempre defendió la figura de la Iglesia como un hospital de campaña frente a quienes la ven como una fortaleza asediada. Sus enemigos percibieron enseguida que representaba una línea renovadora y aperturista, por lo que desplegaron un ataque feroz contra su programa, primero, y su figura después, que luego se extendió a su equipo más cercano de colaboradores. Y fueron algunos cardenales quienes se pusieron al frente de la conspiración, con la ayuda de creyentes acaudalados estadounidenses, espoleados por un rancio puritanismo que han intentado legitimar con la memoria de los padres fundadores. Aquellos que conquistaron el Oeste con una Biblia en la mano y un fusil en la otra.
Los escándalos de los abusos en la Iglesia causaron estragos en las diócesis norteamericanas y crearon un vacío de liderazgo moral, aprovechado por los 'lobbies' del tradicionalismo más rancio. La llegada, inesperada, de un jesuita latinoamericano, influenciado por la Teología del Pueblo, supuso una amenaza para su Teología de la Prosperidad. El neoconservadurismo que había caracterizado los mandatos de Benedicto XVI y de Juan Pablo II dejó de ser un feudo con el inicio de un pontificado que se intuía reformista, y que ponía al mismo nivel la batalla contra el aborto y la defensa de la dignidad de los inmigrantes, la reivindicación de la familia y la cultura del descarte.
Un pontificado en el que no se ahorraban críticas a un Iglesia autorreferencial y endogámica, eurocéntrica, y se criticaba el carrerismo eclesiástico. El pontífice se atrevió a censurar el estilo de vida de no pocos cardenales, entregados a la mundanidad y alejados de una pastoral auténtica. La alianza entre los príncipes de la Iglesia que creían en peligro su poder y los millonarios americanos que pretendían recuperar su influencia en el Vaticano propició una campaña para tumbar a Francisco. Apenas hubo luna de miel.
Francisco hizo visibles a los desheredados de la Tierra, denunció la idolatría del dinero, alertó contra la economía que mata, nos puso verdes por esquilmar el planeta, se quedó ronco por gritar contra el rearme y la guerra, arriesgó calificando de genocidio la invasión israelí en Gaza, se acercó al islam y abrió un diálogo con China, arremetió contra el clericalismo, combatió la pederastia eclesial, acogió a la comunidad homosexual, dio más visibilidad y poder a las mujeres (insuficientes a todas luces) e impulsó un proceso sinodal para dar voz y protagonismo a los laicos. Todo ello, y más, le valió acusaciones de comunista, marxista y hereje ¡a un Papa! Nadie se atrevió a hacerlo contra Benedicto XVI o Juan Pablo II.
Fue un Papa que rompió los códigos y luchó contra las tentaciones identitarias, tan peligrosas, de la Iglesia. «No podemos ser prisioneros de ninguna de las trincheras», alertó. Documentos como 'Fratelli tutti' o 'Laudato si' son auténticos antídotos frente al movimiento populista que se parapeta en la religión para conseguir objetivos políticos. La historia recordará su pontificado como una contribución impagable al pensamiento social de la Iglesia.
Francisco recuperó el tono del Concilio Vaticano II, por eso sus enemigos esperan su momento en el inminente cónclave, uno de los más inciertos de la historia. En la película 'Cónclave', la onda expansiva del atentado en la Piazza del Risorgimento rompe los cristales de la Capilla Sixtina, donde los cardenales se reúnen para elegir un nuevo Papa. El viento remueve los papeles de purpurados divididos entre distintas sensibilidades. Entra aire fresco. Como cuando el Concilio abrió las ventanas de la Iglesia. Toda una metáfora.
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