Peligro en extinción
El lápiz de Penélope ·
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Cada vez nacen menos niños, fundamentalmente porque cada vez tenemos más jóvenes en el exilio laboral. Una diáspora que complica la estadística. Si los ... que tienen que tener hijos se marchan fuera, es imposible que los cántabros poblemos la tierra infinita prometida. Sobre todo cuando las ocupaciones con mejores perspectivas son camareros, cocineros, dependientes, teleoperadores y repartidores.
No solo estamos en peligro de extinción por este acusado despoblamiento –pueblos sin habitantes y pueblos con habitantes fantasmas, como Noja o Castro– o este desmayado espíritu procreador. Si elevamos a dogma de fe las apocalípticas estadísticas difundidas esta semana, Revilla conduce a su pueblo al precipicio de la extinción. Los pocos que quedamos en este anémico perímetro geográfico necesitamos imperiosamente que nos salven del vicio. Fumamos más tabaco y el doble de porros que hace una década y, para colmo, estamos entre las tres comunidades más borrachas de España. Es decir, que, encima, la resistencia cántabra, los pocos que permanecemos fieles al territorio, hemos abrazado un estilo de vida insalubre frente a predicados veganos y fiebre runner. Vivimos a contracorriente, para sobresaltado disgusto de nuestros responsables de sanidad.
Eso sí, el evangelio capitalista proclama que toda desgracia puede resultar rentable. Ya padecimos, atónitos, cómo la crisis que nos hizo más pobres hizo más ricos a los ricos. Así, el aumento del consumo de cannabis va camino de convertirse en una fuente alternativa de recaudación municipal, ante la escasez de licencias urbanísticas. Precisamente la policía local de Santander –muy oportunamente– acaba de adquirir una generosa partida de 'drogotest' para aprovechar el tirón y empezar a poner multas a diestro y siniestro a conductores aficionados a la hierba. Aunque quizá se les fastidie el negocio si empiezan a optar por el patinete, ahora que ha superado en prestaciones al MetroTUS.
Somos una sociedad politoxicómana en decadente natalidad y ascendente mortalidad. Desvelada esta fatídica estadística, no esperen medidas de combate más allá de otra ingeniosa campaña publicitaria –«Hola, soy tu pulmón intoxicado»– para potenciar los hábitos saludables con racionamiento de orujo y puro. Queda a su libre albedrío elevar a metáfora la última estrofa.
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