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El templo de La Asunción, construido entre 1892 y 1901, es, arquitectónicamente, un pastiche neogótico, una imitación en definitiva que no dejó rastro de cómo ... se desarrollaban las nuevas formas y técnicas constructivas de principios del siglo XX. Justamente diez años antes, en Barcelona, comenzaba a levantarse el irrepetible Templo Expiatorio de la Sagrada Familia. La erección de ambos edificios, casi coetáneos, evidencia la enorme grieta social e intelectual que separaba dos sociedades, que vivían entonces un momento similar impuesto por la segunda revolución industrial de entresiglos.
Estos edificios evidencian las antípodas de dos formas de evolución: la pacatera continuista o la modernidad; el conservadurismo o el riesgo. La arquitectura es también una forma de juzgar a las comunidades que la impulsan y de testificar sus avances y retrocesos. Asentados en el siglo XXI, por el cambio generacional, quedan pocos torrelaveguenses que sigan recitando el mantra de que aquí, un día, hubo un templete de cristal en la Plaza Mayor, un palaciego casino o dos afrancesados edificios colegiales.
Cayeron bajo la piqueta pero al menos permitieron dar luz a otras edificaciones, algunas sobresalientes, especialmente las dibujadas sobre el restirador del arquitecto Ricardo Lorenzo. Las expresiones arquitectónicas son imprescindibles e insustituibles, ya que también son manifestación y respuesta de los cambios y transformaciones de una sociedad, son sus testigos urbanos y, como tales, deben estar dispuestos a atestiguar sus mutaciones, estéticamente y de uso. Viene este extenso, y posiblemente cargante, preámbulo de exordio para opinar sobre la decisión del Gobierno regional de negar la declaración de BIC (Bien de Interés Cultural) al edificio del Mercado Nacional de Ganados.
Este recinto, considerado como el más grande de Europa –y posiblemente del mundo– para transacciones ganaderas, fue en 1973 un referente arquitectónico nacional y quizás –en efecto, somos chauvinistas, lo que nos alegra– un orgulloso símbolo de una ciudad que así cerraba el círculo de su imponente ascenso económico: industria, comercio y ganadería. Quizás la directora general del Patrimonio no haya entendido que los edificios también tienen una significación social, ciudadano y personal –orgullo, en otras palabras– más allá de sus cualidades constructivas. Y que esta ciudad, rota por continuos desgarrones, se aferra a sus símbolos y con ellos, a la capacidad de transformación que tienen. Este portazo del Gobierno, compuesto como en Torrelavega por el PRC y el PSOE, no es más que un cañonazo de fuego amigo, que suele ser el más peligroso. Su decisión deja muchas dudas sobre las cualidades forenses de quienes niegan la consideración de BIC al Ferial y se lo otorgan, por ejemplo, a una locomotora, 'la María', una máquina del tren minero. Torrelavega ha perdido muchas cosas, pero aún no su orgullo.
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Ana del Castillo
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