Pepe Hierro, símbolo de la nueva España

Hierro, un hombre de desbordante vitalidad y bonhomía, padeció en su adolescencia no sólo la represión del franquismo contra su padre, funcionario de correos y telégrafos, sino contra él mismo. Hierro estuvo cinco años en prisión acusado de colaborar con los presos republicanos, uno de los cuales era su padre. Tras ser puesto en libertad tuvo que abrirse camino en un ambiente de intensa hostilidad contra quienes defendieron la República.

Con esa vivencia, precisamente cuando las personas están en la edad de forjar su propia identidad, es excepcional que no abriguen rencor. Atravesó años de escasez y marginación. Cuando muere Franco, Hierro había cumplido cincuenta y tres años. Era un escritor consagrado y un activista cultural protagonista de casi todos los movimientos e iniciativas orientados a sembrar cultura en una España aherrojada por la censura y cerrada a las vanguardias. En los albores de la Transición del régimen dictatorial a otro de libertad, que se consagró con la Constitución de 1978 que fue ratificada en un referéndum por los españoles, Hierro recuperaba su plena libertad y fue uno de los intelectuales que abrazó con alegría y optimismo el pacto entre las dos Españas y la reconciliación de quienes tuvieron que exiliarse al final de la guerra civil y los que detentaron el poder durante casi cuarenta años.

Hierro entendió que la mejor manera de abrir un futuro de esperanza era el iniciado por quienes deseaban cerrar las heridas de la guerra civil y poner los cimientos de una España diferente, democrática y libre. Una España alejada del nazismo y del comunismo, asentada en el axioma de la libertad de cada persona y en la igualdad de derechos. En una sociedad en la que el estado se ocupara de los más desfavorecidos, en la España constitucional en la que Hierro escribió lo mejor de su obra que culminó, ya bien entrada su madurez, con el poemario 'Cuaderno de Nueva York', considerado por la crítica como el broche de oro de un poeta grande entre los grandes.

Hierro nació en Madrid, pero siendo un niño vino a Cantabria y en esta tierra transcurrió su infancia y adolescencia. Tras asentarse en Valencia y Madrid, mantuvo su vinculación con esta tierra y durante muchos veranos residió en Santander, donde fue un gran profesor de literatura española en los cursos para extranjeros de la UIMP. Su talante abierto, generoso y sensible le granjeó la amistad de muchos cántabros. Recuerdo especial, en ese apartado, a Carlos Galán, director de los cursos para extranjeros de la UIMP y presidente del Ateneo de Santander, con quién compartió la tarea de enseñar literatura española a profesores de castellano de diferentes países europeos y también de otros continentes.

La pintura fue otra de las pasiones de Hierro. Ejerció como crítico de arte en varios diarios de Madrid y escribió sobre artistas coetáneos. Fue una figura influyente en los movimientos plásticos de la segunda mitad del siglo XX y él mismo ha dejado un excelente legado de sus obras pictóricas. Dibujar y pintar fueron actividades casi compulsivas para el poeta. En todo momento posible dibujaba y pintaba sin parar. Las servilletas de un restaurante le servían como lienzo, lo mismo que el papel de un programa de mano. Tenía una especial habilidad para crear con un simple rotulador y coloreaba sus dibujos improvisados utilizando las flores que tenía a mano, bien en un jarrón sobre una mesa o en el mismo campo.

El próximo martes se conmemora el décimo noveno aniversario del fallecimiento del poeta, punto de partida para que el año 2022 resulte cuajado de actividades que recuerden la figura y la obra del lírico cántabro. La mejor manera de rendir homenaje a los escritores es difundir su obra y acercar la lectura de sus versos al mayor número de personas posible.