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Con motivo de cumplirse el centenario de la muerte del escritor canario, es una buena ocasión para esbozar un aspecto quizás algo desconocido del autor de los épicos 'Episodios Nacionales'. Benito Pérez Galdós no fue especialmente activo con la fiesta de los toros, pero tuvo ... interesantes retazos vitales y literarios vinculados a la tauromaquia, algunos de ellos relacionados íntimamente con su vida santanderina. Una de sus grandes obras, 'Mendizábal' –vigésimo segundo de los episodios nacionales– centra la trama en un personaje romántico, Fernando Calpena, al que sitúa en el Madrid de 1835 junto a otro individuo singular, su amigo Pedro-Hillo, al que 'viste' de clérigo ilustrado.
Don Benito hace de esta manera un guiño a la tauromaquia al imponer a esta figura secundaria un nombre asociado a Pepe-Hillo, en realidad José Delgado Guerra, (Sevilla 1754-Madrid 1801), torero al que se considera, junto a Costillares y Pedro Romero, uno de los que fijaron las reglas y el estilo de las corridas de toros. El escritor, nada sospechoso de ser un apasionado de los ruedos, dictó sin embargo una máxima que ha quedado indeleble en el ideario intelectual de los defensores del toreo: «Subsistirán, pues, las corridas de toros mientras exista en el alma española este anhelo de lo pintoresco, del espectáculo brillante y movido, esta apreciación del color y esta propensión a la alegría... Se puede decir que el día que no haya toros, los españoles tendrán que inventarlos». Volviendo a 'Medizábal', que ha sido objeto de análisis relacionados con el uso del habla taurino, es preciso recordar que don Benito rubricó esta obra en el verano de 1898 en San Quintín, su fabulosa mansión santanderina.
Al hilo de esta cuestión, es imprescindible citar un estudio realizado por María del Carmen García Estradé, miembro de la Sociedad Española de Estudios del Siglo XVIII, titulado 'Toros y política. Presencia y función artística de la jerga taurina en Mendizábal de Pérez Galdós'. En este interesantísimo trabajo se hace inflexión en la importancia del argot taurino en el ámbito de la política del siglo XIX –apoyándose en la palabra que Galdós le da al político en su obra– concluyendo que el habla de los taurinos fue pieza clave a la hora de dibujar la etopeya política de los liberales y de su presidente del Consejo de Ministros: «La importancia de la jerga taurina aplicada a la política de Mendizábal, es máxima, por la cantidad de vocablos empleados. Se observa también un conocimiento taurómaco en Pérez Galdós más profundo de lo que hasta ahora la crítica ha venido señalando, incluso con raíces en la vida privada del autor», señala esta experta.
En efecto, aunque Pérez Galdós no destacó por haberse entregado a la afición activa y directa del arte que ennobleció Francisco Arjona 'Cúchares', su vida personal sí estuvo estrechamente relacionada con el mundo de los toros por su íntima amistad con Rafael González Madrid 'Machaquito', uno de los 'Cinco califas de Córdoba'. Esa fraternidad se imbrica en la vida de Pérez Galdós a través de su sobrino, José Hurtado de Mendoza y Pérez, un extraordinario taurófilo, a la sazón íntimo amigo de Machaquito, que destacaba por ser un auténtico valedor de la fiesta delante de su celebérrimo tío.
La amistad entre Machaquito y Pérez Galdós quedó signada cuando el torero cordobés se casó con Ángeles Clementson, hija de un acaudalado empresario de Cartagena, y en cuyo enlace, celebrado en la capilla de su mansión, Villa Potosí, fue principal testigo el escritor canario. Aquel torero había hecho antes 'pinitos' amatorios con otra mujer, Rafaela Muñoz de la Rosa, con quien tuvo una hija en 1902 a la que dio su apellido, pero que no integró en la vida emprendida junto a la rica Clementson. La niña, Rafaela González 'Faela' o 'Faelita', fue apadrinada por el sobrino de Pérez Galdós y compartió con la familia del escritor su vida en Madrid y en la capital de La Montaña.
Existen varias fotos de la niña en San Quintín a donde su padre, el torero, venía a verla frecuentemente y donde, seguramente, el escritor aprehendería el vocablo y parte del decir taurino utilizado en su obra. La niña fue criada con esmero por las hermanas de Galdós. Tanto mimo tuvo la protegida del literato que encargó al pintor cordobés Julio Romero de Torres un retrato que llamó 'La niña de los jazmines'.
Esta obra quedó colgada en la casa madrileña del escritor canario, donde fue requisada durante la Guerra Civil, aunque finalmente recuperada por los descendientes de Faelita que ya, mujer, cuando el escritor murió –el 4 de enero de 1920– estaba junto a su cama, cogiendo de la mano a su 'tío' y protector.
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