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Un vídeo del reportero de sucesos Luis Calabor se propagó con rapidez por las redes sociales hace casi cinco años y aún suma visualizaciones. Los servicios de extinción acuden a sofocar un incendio en un piso de Barakaldo. La humareda escapa por la ventana. Uno ... de los bomberos, equipado con la botella de aire comprimido a la espalda y la máscara en la cara bajo el casco, sale del portal con un perro en brazos, un mestizo pequeño de color canela y con simpáticas orejas colgantes. Lleva un collar identificativo. Está rígido, con las cuatro patas tiesas, como si lo hubieran disecado.
La palabra que acabo de utilizar trae a mi memoria un reportaje leído en XL Semanal. Personas a las que se les mueren sus mascotas encargan su disección y las mantienen en casa. Encuentran en esa práctica un consuelo que me esfuerzo en respetar, allá cada cual con su duelo, pero a mí el remedio taxidérmico me resulta tan improcedente con los animales como con cualquier otro miembro de la familia. No hallaría alivio alguno en tener a mis abuelos o a mis padres embalsamados sobre una peana y colocados en el salón. No será lo mismo, pero la idea de cosificar a mi gato 'post mortem' me espanta.
Hecha esta digresión por imperativo mental, regreso a la grabación de Calabor. «¡Oxígeno!», le grita el bombero que sostiene el perro a un colega que se acerca con un maletín metálico. Un sanitario de emergencias acude en su ayuda. «¡Dile a mi compañero que traiga una mascarilla pediátrica!», ordena a alguien. «¡Y una sábana!», pide, para no tumbar al paciente sobre el asfalto mojado. Fuera de encuadre se oye una voz: «¡Venga, Luka!». Es el dueño del can que se asfixia. «¡Vamos, campeón!», anima el bombero que no se despega del animal. «Tenéis un veterinario ahí mismo», avisa una vecina. «Pues que venga», insta el médico. «¡Necesito una manta!».
Hay contribuyentes muy críticos con el empleo de dinero público en rescates de perros, gatos y reses, cada vez más frecuentes en Cantabria, por cierto. A mediados de junio, el Greim recuperó a un perro enriscado en Camaleño, en Picos. Estaba tan debilitado que los guardias civiles lo llevaron a cuestas durante horas hasta el anochecer. A finales de ese mes, los bomberos del 112 de Valdáliga salvaron, en un mismo día, a un chucho y a una cabra que habían caído en sendos pozos. La cabra fue menos expresiva, pero el perro los recibió con genuino alborozo. En julio, una brigada del 112 rescató a un perro que llevaba tres días atrapado en una estrecha cornisa de piedra en Tudanca. Mis impuestos los doy por muy bien gastados en ese tipo de intervenciones. No se me ocurre una inversión más noble después de la destinada a evitar muertes humanas. Si hay que enviar o no la factura a los dueños cuando se trata de negligencias es un debate planteado también con salvamentos de personas.
Habíamos dejado a Luka yerto, tendido sobre una sábana blanca, cubierto con una manta inmaculada y con la mascarilla infantil en el hocico. El sanitario no ha parado de bombear oxígeno. «¡Vamos, campeón!». Lo ausculta. Ya está también el veterinario del barrio volcado sobre el perrillo. Calabor se las apaña para acercar el plano entre tanto bulto humano. Nos muestra la lucha interior de Luka. Por fin pestañea. La luz vuelve a sus ojos y el aire a sus pulmones. Sus benefactores lo alzan con todo el montaje que lo arropa, cruzan la calle con él y desaparecen por la puerta de la clínica veterinaria.
Siempre surgen los que critican que se arriesguen vidas de personas para salvar la de un animal. Y sin embargo, quienes se ponen en peligro son los más sensibles hacia esas víctimas no humanas. Quizá porque esos profesionales trabajan con perros en las unidades caninas de la Policía, de los Bomberos, de la Guardia Civil, del Ejército. Son sus compañeros, especializados en detección de drogas y de explosivos, en búsqueda de desaparecidos, en el rastreo de huellas de crímenes, en localización de cuerpos sepultados bajo escombros, tierra o nieve...
Con todas sus limitaciones, los animales domésticos, además de proporcionar afecto y alegría, tienen capacidades físicas infinitamente superiores a las nuestras, entre ellas la olfativa y la auditiva, y eso los convierte en prodigiosos agentes para el rescate y el cuidado de personas: guían a ciegos y a sordos, detectan cáncer en muestras de laboratorio, anticipan terremotos, avisan de que sus dueños se van a desmayar con unos cuantos minutos de antelación, porque perciben cambios químicos sutiles previos a un ataque de epilepsia o a un coma diabético...
Si nos gusta el vídeo de Calabor no es sólo porque empatizamos con Luka, que sale airoso del trance, sino por el sentimiento de gratitud y admiración hacia un grupo de profesionales destinados a salvar vidas humanas que se afana en reanimar a un animal que podría ser el nuestro.
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