Secciones
Servicios
Destacamos
Todos los expresidentes vivos de Perú desde 1990 han estado presos o han sido investigados por escándalos de corrupción. Uno de ellos, Alan García, se suicidó tras dictarse una orden de detención contra él. Este hecho insólito retrata por sí solo la magnitud de la ... inestabilidad cronificada en un país sometido a una profunda polarización y en el que los populismos extremistas de diverso signo sustituyeron hace décadas a los partidos tradicionales. El sistemático incumplimiento de sus sugerentes promesas ha generado frustración y les ha llevado a un descrédito similar al que acabó con estos últimos. El encarcelamiento del izquierdista Pedro Castillo tras fracasar un esperpéntico autogolpe de Estado contra el que se rebeló de inmediato el Tribunal Constitucional y en el que no contaba con respaldo alguno entre las Fuerzas Armadas, el partido que lo aupó al poder y su entorno más cercano pone fin a una intentona que ha vuelto a colocar a Perú al borde del abismo.
Castillo fue destituido por el Congreso que él mismo pretendía disolver tras haber declarado el estado de emergencia para no someterse a una moción de censura después de que la Fiscalía le acusara de encabezar una «organización criminal» para lucrarse mediante el amaño de contratos públicos. En su año y medio de mandato, este maestro de escuela rural que asumió el cargo con el compromiso de encabezar un cambio radical ha roto con sus principales apoyos parlamentarios, ha cambiado cinco veces de Gobierno, no ha emprendido las reformas anunciadas y se ha distanciado de su base social. Contra las cuerdas y con la popularidad por los suelos, el autogolpe con el que pretendía perpetuarse en el poder constituye una torpe huida hacia adelante cuyo fracaso revela su patética soledad, en contraste con el de Alberto Fujimori en 1992, que abrió una de las etapas más negras en la reciente historia de Perú.
Las instituciones han demostrado su fortaleza en la defensa de la democracia. Pero el país, a la deriva desde hace años, necesita recuperar la certidumbre y la confianza de los ciudadanos en el sistema –lastrada por una extendida corrupción, un mal endémico–, y superar su peligrosa fractura social y política. A la nueva presidenta, Dina Boluarte –la primera mujer en el puesto–, corresponde liderar el proceso hacia una rápida convocatoria de elecciones que permita avanzar en esa dirección y aleje el fantasma de caudillismos que retrotraen a un oscuro pasado.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.