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La perversión política y el separatismo

El pueblo español no está dispuesto a dejarse mutilar en su integridad territorial por «herejes políticos nacionalistas»

Miércoles, 8 de septiembre 2021, 07:18

El diccionario de la RAE nos muestra dos definiciones del término perversión. La primera es: «Cuando una persona adquiere vicios y costumbres moralmente reprobables», y la segunda: «Perturbar el orden o estado de las cosas». Ambas se pueden aplicar hoy día a algunos de nuestros ... gobernantes sin temor a equivocarnos. La primera, hace referencia a conductas personales, como son la corrupción y el favoritismo; la segunda, ataca frontalmente, entre otras cosas, al orden establecido por las leyes, la Constitución en nuestro caso, en materia de integridad territorial. Nadie duda de que los dos grandes partidos que nos han gobernado hasta hace poco, han padecido el azote de la corrupción de forma vergonzosa, algo de lo que ya se ocupa la justicia. Pero en lo concerniente al «orden o estado de las cosas», se impone una seria reflexión, ante los acontecimientos que se vienen produciendo, desde que Pedro Sánchez «asaltó» el poder para conseguir la Presidencia del Gobierno, empleando las turbias maquinaciones, que todos conocemos, aunque con «traje» de legalidad. A este respecto, me viene a la memoria aquel otro discurso, con el que Cicerón, cónsul y parlamentario del Senado de la entonces República Romana, atacó a Catilina, también senador, que pretendía derrocar el orden establecido y hacerse con el dominio de Roma. El 8 de noviembre del año 63 a. C. el gran político, filósofo y orador Cicerón, clamaba así en su 'Primera Catilinaria', contra el maquinador intruso: «¿Hasta cuándo has de abusar de nuestra paciencia, Catilina? ¿Cuándo nos veremos libres de tus sediciosos intentos? ¿A qué extremos se arrojará tu desenfrenada audacia? ¿No te arredran ni la alarma del pueblo, ni el acuerdo de todos los hombres honrados, ni este protegidísimo lugar donde el Senado se reúne, ni las miradas y semblantes de todos los senadores? ¿No comprendes que tus designios están descubiertos? ¿No ves tu conjuración fracasada por conocerla ya todos? ¿Imaginas que alguno de nosotros ignora lo que has hecho anoche y antes de anoche; dónde estuviste; a quiénes convocaste y qué resolviste?...». Bastará con trucar el nombre de Catilina por el de Pedro Sánchez, el de Senado romano por el de Congreso de los Diputados y el de senadores romanos, por el de parlamentarios españoles, para hallarnos en el panorama adecuado en que estamos. Catilina fue declarado «hostis» (enemigo), luchó con sus aliados contra las tropas legales, y fue hallado muerto tras el combaste. Se le cortó la cabeza y esta fue llevada a Roma, como prueba pública de que el conspirador había muerto. Todo esto hoy puede ser una premonición de lo que, metafóricamente hablando, le puede pasar a nuestro Catilina, porque no solo los partidos de la oposición que vociferan contra él en el Parlamento, por sus maquinaciones, sino todo el pueblo español, que condena su astucia y empecinamiento, lo llevarán al cadalso del repudio para decapitar su felonía.

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