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La actualidad nos asalta con temas candentes. Y tan candentes. El acaloramiento, los incendios y la sequía no dan tregua a esta España que eleva ... la temperatura de la indignación con pinchazos de fiestas estivales. Desde que Sabina nos lo cantara, sabemos que las niñas ya no quieren ser princesas, pero desde hace poco se conforman con que no haya ningún salido que para ligar tenga que someterlas químicamente, ni graciosillos que pinchan, no tanto por el abuso sexual, sino por dejarse llevar por ese estúpido efecto contagio con risa tonta de hacer lo que tantas veces sale en la televisión. Aunque para pinchazos, mejor evitar los del menor de 17 años a uno de sus familiares en la Albericia hace unos días, o el machetazo de otro pendenciero de 19 años que con algo más de filo hubiera podido mutilar o decapitar a su víctima.
Pero no sólo hay fuego en el divino tesoro de la juventud. En el resto de España ya se escandalizan por saber que algunos incendios son provocados. En Cantabria son intencionados prácticamente la totalidad de los que se producen, y aquí estamos, tan campantes y sin apenas condenados que llevarnos al calabozo. Así que bienvenida sea esa capacidad de escandalizarse si estimula la conciencia para multiplicar los recursos con los que apagar fuegos, aumentar penas y trabajar en prevenir y vigilar. Que los drones sirvan para algo más que cazar multas de tráfico y asesinar líderes del Estado Islámico.
Además de los incendios intencionados, la sequía nos descubre otras vergüenzas. En el embalse del Ebro, la torre de la iglesia de Villanueva, en las Rozas de Valdearroyo, se ha asomado sin agua para recordar que han pasado 75 años de promesas incumplidas a los damnificados que vieron cómo sus casas y sus tierras se inundaron por el bien de una España nueva. Las democracias no son las únicas que incumplen y pinchan promesas.
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