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Los muchos amigos de toda la vida que últimamente le van saliendo a Eduardo Pisano, pintor de Torrelavega, sabrán (en su supina ignorancia) que este ... representó infinidad de Cristos. Con trazo expresionista, preciso y nervioso, electrizante. Cristo en la cruz, inerme o exangüe. Con faldón o enagüillas, por paño de pureza. Preguntado al respecto, me aclaró sentirse inspirado por el recuerdo de los crucifijos ante los cuales se arrodillaba su devota madre a orar por los difuntos. Y por los que posteriormente memorizó en la adusta Castilla, en sombrías iglesias y sacristías mesetarias. Y, finalmente, por los copiados cuando peregrinó a Madrid, con Mauro Muriedas, a llevarle al pintor Solana un queso azul con gusanos blancos. Que glotonamente se zamparon, uno a uno, a dedo, con vino peleón del bueno en frasca de vidrio de culo grueso.

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