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Mart Stam, arquitecto neerlandés perteneciente a la Bauhaus, se dice que esbozó la primera silla en voladizo para su mujer embarazada con un dibujo a bolígrafo azul en el reverso de una invitación de boda durante una cena en el Hotel Marquardt en Stuttgart el ... 22 de noviembre de 1926. Al año siguiente, el arquitecto Mies van der Rohe desarrollaría su modelo de silla MR20, redondeando las formas más angulosas de la S33 de Stam. Sin embargo, el Sardinero contaba ya con unos bancos diseñados, al igual que los propios jardines de Piquío, por el arquitecto municipal Ramiro Saiz Martínez. La similitud no puede ser más evidente, ni conceptual ni formalmente, con la MR20 miesiana, pero el diseño santanderino es de 1925, casi dos años antes...
Dejando ahí esta circunstancia, y cuando apenas faltan tres años para que los jardines de Piquío cumplan 100 años, desde el PGS.97 y a través de una modificación puntual ya en redacción, se está abordando de forma directa su protección como espacio público digno de atención como indiscutible patrimonio cultural de la ciudad, asentado a lo largo del tiempo y con una historia notable que se retrotrae al final del siglo XIX.
Antes de ello, incluso un antiguo mapa militar (1726) muestra la intención de haber alojado la batería de San Antonio de Padua (finalmente no terminada) en ese promontorio rocoso que se asoma y divide las playas del Sardinero.
Los jardines de Piquío tienen un carácter romántico, casi kitsch, y cuentan con detalles como los perfectos cantos rodados pintados de blanco en los bordes de los parterres, su pérgola de remate y otros elementos como la Rosa de los Vientos (orientada en 1925) o la 'Tierra Paralela', instrumento de precisión perfectamente alineado con nuestro propio planeta y capaz de transmitir cuantiosa información astronómica. Lo más importante de ellos, no obstante, es contar con un valor patrimonial incorporado por la población santanderina, que proyecta sobre ellos un sentimiento de apropiación sentimental y de adscripción al lugar y sus formas que los define totalmente como un espacio público intocable en sus características. Motivo por el cual es patente la exigencia necesaria de consolidarlos en su diseño y de abordar una restauración responsable, como es, sin duda, la que está prevista.
Pero no son solo los jardines de Piquío los que cuentan con singulares valores patrimoniales en el municipio santanderino, sino que la ciudad cuenta con dos espacios más sobre los que es conocida la huella de uno de los mayores y mejores paisajistas de principios del siglo pasado, Jean Claude Nicolas Forestier, quien, además de sus actuaciones en Paris a finales del XIX, desarrolló trabajos en España y Sudamérica.
En Santander firmó un proyecto de una rosaleda para la denominada 'finca de Valdenoja', del armador Ángel Pérez de Izaguirre. La misma finca donde hoy existe una rosaleda que, si bien no responde al diseño exacto de Forestier, sí que tiene muy buena parte de sus rasgos y elementos habituales. Allí también actuaría el diseñador de jardines sevillano Javier de Winthuysen.
El segundo proyecto fue para un jardín al sur de las Caballerizas del Palacio de La Magdalena, nunca llevado a cabo pero que, sin embargo, también está perfectamente documentado y cuya materialización quizá sea un debe de la ciudad para con este excelente paisajista francés, pues enriquecería aún más el valor patrimonial de un entorno que ya de por sí está declarado como Bien de Interés Cultural.
Mataleñas, Piquío y los jardines del Palacio de La Magdalena serán tan solo tres de los parques de la ciudad que deberán mantener y reforzar su carácter y sus valores naturales, y que formarán parte del concepto de infraestructura verde municipal y de su desarrollo a través de un Plan Director [Santander: Transición al Verde], que se someterá en breve a la convocatoria de un concurso para su planificación y redacción. Será su objeto precisamente la reflexión sobre el carácter natural del municipio, sus espacios libres, la necesidad de renaturalizar el interior de la ciudad y el tratamiento de todo su espacio público como ámbito potencialmente verde y, por tanto, generador de beneficios ecosistémicos para la población y para la mejora de su calidad de vida, tanto urbana como humana.
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