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Si existiera la posibilidad de que un estado del globo se pudiese segregar del planeta Tierra para independizarse en el espacio exterior viviendo de manera ... autónoma e introspectiva, cultivando sus costumbres, sus creencias y su cultura, varias naciones se apuntarían a ese éxodo terráqueo, convencidas de que como mejor prosperarían sería conectadas al mundo por un cordón umbilical, pero aisladas. Seguramente el 'planeta China' sería uno de los primeros en brillar en el firmamento.
En realidad, el 'planeta China' ya existe. A lo largo de sus 5.000 años de historia, China nunca demostró aspiraciones coloniales ni expansionistas. Tampoco ahora. Hoy, en coherencia con su secular tendencia introspectiva, la ambición de Pekín sigue siendo doble: mantener, intramuros, un territorio nacional autónomo, unido, poderoso y rico en el que florezca la civilización más avanzada, refinada y sofisticada del planeta para, extramuros, ser reconocida como tal por el resto de naciones.
Alcanzar esa meta sigue exigiendo al Partido Comunista Chino un ejercicio de adaptación insólito: la China comunista ha aprendido a sobrevivir y competir -hasta ganar- en un mundo que funciona con unas reglas que ni son comunistas -las capitalistas- ni se inspiran en principios y valores afines a los chinos -los occidentales-. En contraste con esta ductilidad chinesca, Occidente y su orden global neoliberal, reacios -o miopes- al cambio, no parecen ser capaces de adaptarse a las nuevas exigencias económicas y geopolíticas que imprime el poderío chino.
El gigante asiático -a diferencia de la extinta URSS- no pretende implantar su modelo político en otras regiones. En cambio, lo que China sí persigue es desafiar el modelo neoliberal, occidental y democrático como el único válido, implantando nuevas reglas y estándares globales y minimizando el libre mercado en favor de un mayor intervencionismo estatal. Para ello, alienta a otros estados «que deseen acelerar su desarrollo y preservar su independencia» a que se sumen a su estrategia, creando nuevas instituciones internacionales bajo su liderazgo y transformando la escala de valores y principios de la gobernanza global futura de manera afín a sus preferencias. La crisis covid ha venido a robustecer esta estrategia.
Para ello, China está desplegando tres potentes herramientas que considera imprescindibles para su futuro: la nueva Ruta de la Seda (cuyo nombre oficial es BRI: Belt and Road Initiative, la 'Iniciativa de la Franja y la Ruta'), el Banco Asiático de Inversiones en Infraestructura (AIIB, en sus siglas inglesas) y el Área de Libre Comercio en Asia-Pacífico (FTAAP). Además, Pekín ha aprobado el pasado octubre un nuevo giro introspectivo: la apuesta por la creación de una «economía de circulación dual», en la que China reduce al mínimo su dependencia del exterior en el abastecimiento de bienes y servicios de alto valor añadido. Esta nueva estrategia pasa por aparcar el uso del dólar estadounidense como intermediario y colocar su moneda local, el yuan, como moneda de referencia. No por casualidad, Christine Lagarde afirmó, ya en 2017, que el FMI debe tener su sede en la primera potencia económica mundial y, por tanto, en apenas cinco años, tal vez, no ubicarse ya en Washington, sino en Pekín.
No hablamos aquí, sin más, de un modelo económico alternativo; se trata de todo un nuevo modelo de modernización. Tras esta estrategia hay toda una cosmovisión histórica y una diferente concepción metafísica del mundo, muy diferente a la occidental. El economista del Deutsche Bank, Jim Red, ha bautizado el nuevo superciclo económico global surgido de la crisis covid como «la era del desorden». Pero, una vez más, si hacemos el esfuerzo por ver esa misma jugada desde el ángulo opuesto, a este mismo ciclo los chinos bien podrían denominarlo, en cambio, «la era del reorden», pues las piezas del tablero empiezan a recolocarse, poco a poco, donde ya estuvieron hace siglos.
El mundo que nacerá tras este desorden (o este reorden, según se mire) traerá consigo nuevos modos de relacionarnos, nuevas prioridades, nuevos retos, oportunidades y amenazas que ni siquiera imaginamos. No consistirá este cambio en un simple reemplazo de China en el lugar que ocupa EE UU como primera potencia. Será este un nuevo mundo global, pero menos occidental y mucho más achinado. Una muestra paradigmática de esta modernización no occidental, ya en marcha, es toda la innovación disruptiva que es capaz de generar el modelo chino con dinámicas que no son democráticas.
Aunque la estrategia pueda resultar paradójica, la manera más eficaz a disposición del 'planeta China' para independizarse del resto del mundo es la de lograr que el mundo se parezca cada vez más a China y menos a Occidente. En definitiva, desoccidentalizar el funcionamiento de la globalización para que todos los caminos acaben llevando a Pekín. Se trata de un tiro parabólico cuyo éxito exige de décadas -o siglos- hasta su culminación, pero los chinos son gente paciente y el tiempo juega a su favor.
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