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La cuestión de Dios no es puramente teórica, sino eminentemente práctica. Porque tiene consecuencias en todos los ámbitos de nuestra vida. Aunque en teoría se ... adhiera uno al agnosticismo, en la práctica está de todos modos obligado a elegir entre dos alternativas: o vivir como si Dios no existiera (ateísmo práctico), o bien vivir como si Dios existiera y fuera la realidad decisiva de la vida, manifestándose creyente.
La cuestión de Dios es ineludible y el agnosticismo se revela irrealizable. Los intentos de prescindir de Dios están destinados al fracaso, tanto a nivel teórico como práctico. Sólo reconociendo el primer lugar a Dios, nuestra razón puede encontrar su amplitud.
La situación cultural de hoy, caracterizada por el primado de la ciencia y de la técnica, ha difundido la pretensión de que el único conocimiento válido es el científico. La limitación de la razón a lo que es experimentable y calculable es justa y necesaria en el ámbito de las ciencias de la naturaleza y constituye la clave de sus desarrollos incesantes. Pero si se universaliza y absolutiza se torna insostenible y finalmente inhumana. Porque el hombre ya no podría interrogarse racionalmente sobre las realidades esenciales de su vida: su origen y su destino, el bien y el mal moral, ¿por qué el hambre de infinito? etc... Debería dejar estos problemas decisivos a un sentimiento separado de la razón. Así, fatalmente, el sujeto humano se reduce a un producto de la naturaleza, y como tal no sería libre. De hecho, dado el actual clima cultural, el hombre permanece prisionero de una «extraña penumbra» sobre la cuestión de las realidades eternas. Para que surja una relación verdadera con Dios, Dios mismo debe tomar la iniciativa e ir al encuentro del hombre y dirigirse a él. La razón por sí sola no basta, no es autosuficiente.
Así como la fe tiene necesidad de la razón, del mismo modo la razón tiene necesidad de la fe para ser curada como razón y ser reconducida a sí misma, para poder ver de nuevo por sí misma.
Construir una nueva relación entre fe y razón es la gran tarea que tenemos por delante.
Una tarea que, a pesar de todas las dificultades actuales, podemos afrontar con confianza porque «sólo el Dios que se hizo finito para desgarrar nuestra finitud y conducirla a la amplitud de su infinitud está en condiciones de ir al encuentro de las preguntas de nuestro ser».
Una vez más el primado de Dios y de la iniciativa salvífica emprendida por él en Jesucristo se hace una sola cosa con la reivindicación de la verdad del cristianismo.
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