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La decadencia del mercado de abastos –'La Plaza'– ratifica un sistema comercial agotado. Se han hecho esfuerzos por revitalizar este espacio imitando algunas iniciativas – ... combinar alimentación y hostelería– como las llevadas a cabo en los mercados de San Miguel o San Antón de Madrid. El impacto exitoso de aquellas experiencias ha ido perdiendo clientela vernácula quedando más como un atractivo para turistas.
Las perspectivas no son iguales en las ciudades medianas y pequeñas, sobre todo en el norte, donde encerrarse en un espacio solo tiene éxito en momentos puntuales. Los mercados fueron uno de los distintivos de las ciudades burguesas a finales del siglo XIX. Sustituyeron a los que se celebraban al aire libre, para acercar ordenadamente los productos rurales al centro. Así nacieron edificios principales, algunos con mucho empaque, y ahora iconos arquitectónicos, como el mercado de Colón en Valencia, el de San José (La Boquería) en Barcelona o el de La Ribera en Bilbao, joyas de la edificación urbana.
El de Torrelavega no tiene tipología reseñable, pero forma parte de la evocación de la historia cotidiana. En 1883 comenzó a diseñarse y nada más constituirse la villa como ciudad –1895– ya estaba abierto. Después de una ampliación, justo en el ecuador del siglo XX, fue cuando llegó a su celebridad comercial, que decayó con las nuevas formas de venta –supermercados y grandes superficies– iniciando su crepúsculo. Es éste, pues, buen momento para el recuerdo.
Tienen más de 50 años quienes recuerdan que en la planta superior estaba la 'plaza' de pescado, y en la inferior, la de carne, verduras y frutas, principalmente. Tanta demanda había de puestos que tuvieron que permitirse adendas en el exterior.
El empresario Miguel García deja un dato para la memoria comercial colectiva, relatando cómo estaba configurado el mercado en 1953: las carnicerías Pedro Gómez «hijo de Luis el del Recreo», Francisco Estévez, Barquín, Paco Pérez «casado con la hija de Pepe Telas», Jesús Cordero, Esteban Angulo, Pepe 'El Soso', Paco Domingo, Sebio, Toño y Luis Ugarte y 'Pachicho'; las pollerías de Trudis García y 'La Segoviana' y las fruterías de Criselda Ruiz 'Seldina' y América. El conserje era Collado. De ellos, solo vive Toño Ugarte, que con 93 años es la última referencia del antiguo mercado. En toda España la mayoría de las alhóndigas se han reinventado con usos radicalmente distintos, como el de Alcañiz (Teruel) que se ha erigido en un espacio para la formación y el ocio infantil durante el invierno. También se usan, por ejemplo, para el cotrabajo –coworking– lugares que permiten compartir oficina y equipamientos, un loft donde trabajaban y se inician autónomos, un 'laboratorio' para quienes comienzan –abrigados– su experiencia laboral. Ah! Y horario más extenso, calefacción y paciencia.
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Ana del Castillo
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