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En 2015, el concejal Otto Oyarbide, ponente de Urbanismo, presentó un ambicioso proyecto para recuperar para los ciudadanos la Plaza Mayor, nombre popular del ágora ... que en realidad está dedicado a Gilberto Quijano de la Colina, séptimo Conde de Torre-Velarde (no ha perdido así todo su nombre original). Hecha esta precisión, la remodelación de esta plaza será la cuarta actuación en este espacio, esperando que se haga con más acierto que el cambio operado en 1992 que hizo que los torrelaveguenses vivamos de espaldas al que debería ser a un espacio central, un lugar frío, oscuro, un carril de paso. Recuperarlo contribuiría a la revitalización del centro donde ya hay señales de alarma en el hecho de que los portalones, antigua 'milla de oro', comiencen a menudear los infaustos carteles de 'se vende, se alquila'. Habría que apostar por un proyecto codicioso que la convierta en un icono urbano. Además, sería conveniente aprovechar la ocasión para realizar un estudio –previo o simultáneo a la obra– que determine la validez de los testimonios que los siglos han acumulado en el subsuelo.
Allí se encuentran, por ejemplo, los pasadizos que fueron refugio para los ataques aéreos como los del 22 de agosto, cuando fue bombardeada Torrelavega, produciéndose un centenar de víctimas, u otro anterior, el 6 de agosto, cuando la aviación republicana perdió 12 cazas en una batalla aérea sobre la ciudad, como se recoge en el magnífico libro 'La guerra civil en Cantabria y pueblos de Castilla', de Jesús Gutiérrez Torre. Una vez acabada la contienda, el miedo y el terror quedó tapado, encerrado, instalándose unos infames urinarios públicos que borraban así la historia. Santander supo valorar estos laberintos y recuperó un refugio, donde en apenas 77 metros cuadrados muestra cómo era la vida cotidiana de los santanderinos durante ese período.
Pero hay más. Uno de los acontecimientos más importantes que ocurrieron en la génesis de Torrelavega fue un suceso registrado en agosto de 1834. Entre los días 19 a 21 de agosto unas torrenciales lluvias cambiaron la topografía. El terreno descendente desde Sierrapando, hasta el cauce habitual de los ríos, se vio modificado por las aguas caídas. En el lugar que hoy llamamos Miravalles hubo un corte de terreno con desprendimiento masivo de lodo, piedra, barro y cuanto encontró a su paso aquella tromba, buscando por la pendiente, el centro. Los pequeños manantiales se convirtieron en torrentes. Los regatos hicieron un nuevo cauce creando los pequeños ríos. La materia arrastrada convirtió en lodazal el centro de la villa, arrastrando edificios enteros. Más de una veintena de casas quedaron hundidas. Están enterradas con su historia esperando que alguien las redima del olvido. Cuando hace unos años se remodeló un edificio en los portalones aparecieron restos de una iglesia que quedó enterrada, espacio al que se pudo acceder perfectamente y de la que hay testigos fotográficos, algunos de ellos publicados por este periódico.
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Ana del Castillo
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