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Uno de cada cuatro cántabros estaba en riesgo de pobreza y exclusión social el año pasado, un porcentaje récord e inaudito en un escenario de crecimiento económico. Para apreciar bien la magnitud del desastre de la legislatura 2015-2019 en nuestra región, es conveniente comparar ... alguna cifra con nuestros vecinos castellano-leoneses. Al iniciarse aquel mandato la tasa de riesgo en Cantabria era un 20,4% de la población, por un 23,3% de la castellana. Al terminar la legislatura, por el contrario, la cifra cántabra ha sido 25% y la castellana 19,5%. Allí se ha reducido la pobreza cuatro puntos, aquí ha aumentado cinco. Por tanto, allí se ha gobernado mejor, desde el punto de vista de los pobres, por mucho que el color mesetario fuera liberal conservador y el cantábrico, regional-progresista. Obras son amores y no banderas de colores.
En el mismo periodo de tiempo, el PIB por habitante castellano aumentó 2.674 euros, mientras que el cántabro lo superó con 2.942 euros, no obstante lo cual la cifra absoluta montañesa, 23.800 euros, es aún inferior a la castellana, 24.300. Pero es claro que ese aumento ha servido en Castilla y León para reducir la población en riesgo, mientras que en Cantabria no ha servido sino para aumentar el problema.
¿A dónde ha ido ese dinero fruto del crecimiento económico? No es difícil de imaginar si atendemos a los motores del crecimiento cántabro de estos años. En primer lugar, la industria, que ha exportado y obtenido beneficios, ha mejorado salarios y no ha tenido que pagar tantos como otrora, porque parte de las producciones ahora están automatizadas. En segundo lugar, los servicios privados de comercio y de hostelería se han beneficiado de la recuperación del consumo, pero, por un lado, están dominados por franquicias con salarios modestos, y por otro son estacionales con situaciones laborales muy desordenadas. En tercer lugar, la Administración autonómica cedió a aumentos de gasto corriente, en vez de fomentar inversiones. Por tanto, riqueza cántabra que ha ido a nóminas funcionariales y restauración de viejos vicios, sin mirar que las partes vulnerables de la sociedad lo necesitaban más, y no como 'rentucas' para perpetuarse en la pobreza, sino como oportunidades de formación, empleo, emprendimiento.
El resultado es la precarización. Vengo argumentando desde hace mucho que crear empleo a un ritmo tan bajo, y con una calidad y estructura estacional tan discutible, supone una tendencia alarmante, porque no puede sino expulsar o postrar a amplias capas de Cantabria, desde los jóvenes universitarios ignominiosamente subempleados (estafados, es la palabra) hasta los mayores de 45 años que han perdido pie en el mercado de trabajo y serán jubilados sin calefacción. Pero sí, somos muy autónomos, aunque utilicemos mal la autonomía, y muy progresistas, aunque solo progresan quienes ya venían progresados de suyo. Faltan más bien la 'ortonomía', gobernarse rectamente, y el 'avancismo', gobernar para que la gente mejore, especialmente la más necesitada de ello. Y no banderas de colores. ¿Tendremos que asistir ahora a la intensificación de las recetas políticas que han puesto al enfermo aún más enfermo?
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Ana del Castillo
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