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La recomienda gente razonable y yo, cumplidor, veo 'This Is Us', la serie creada por Dan Fogelman que emite Amazon Prime Video. Por supuesto, llego tarde, ya que el capítulo final de este dramón en estado de gran pureza se estrenó el año pasado, después ... de seis temporadas de las que yo no había tenido noticia. A punto de encarar la última pared de la ascensión, pienso que hay que estar muy seguro de las propias fuerzas para aguantar de una vez este producto de largo aliento. 'This Is Us', que relata la vida de una familia estadounidense de clase media, los Pearson, a través de los años y las generaciones, es uno de los frutos 'woke' mejor acabados. De hecho, entre sus virtudes destaca el haber logrado una evolución que normaliza la moral dominante y la convierte en un ingrediente posible para la ficción.
Los Pearson son bondadosos e intensísimos. Tienen sus problemas, pero todo lo hablan como en un grupo de apoyo, con la mejor intención y con la frase más certera para despejar cada trauma. Si los maoístas de los años setenta del siglo pasado anhelaban una sociedad de obreros-intelectuales, los protagonistas de 'This Is Us' son precarios-filósofos, que tampoco está mal.
En alguna ocasión, ya hemos citado aquella frase de Norman Mailer, quien explicaba el éxito de los hermanos John y Robert Kennedy en el hecho de que ambos fueron «un poco mejores de lo que debían haber sido». Los Pearson son mucho mejores que nosotros y, cuando sienten la zozobra de la cotidianidad, rápidamente ponen remedio al asunto, con una reunión de familia, acudiendo a distintas terapias o a través del uso del pronombre que exige su interlocutor. Ya saben, el lenguaje inclusivo. El argumento es la vida entera, en todas sus manifestaciones, con especial atención a las más populares (raza, identidad y preferencias sexuales). Y, claro, siempre el subrayado, la bellísima música de fondo, las escenas más entrañables y emocionantes.
Pero, ¿es esto posible? ¿Tiene esta trama algo que ver con la realidad? Pienso que la credibilidad de 'This Is Us' naufraga al rechazar conscientemente las coordenadas del hecho humano; a saber, que nosotros no somos un poco mejores de lo que debemos ser. Si acaso, somos peores y la realidad de la tristeza sin consuelo, el dolor sin remedio, el mal inexplicable o el fracaso laten y se imponen en nuestras vidas como un pecado ancestral. Y eso, precisamente, es el corazón del arte, de la poesía, de la música y de las historias de mayor empaque. Es la destrucción de la que pueden hablar muchos. Henry Kissinger o Shane MacGowan, por ejemplo.
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