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La contención no suele hallarse entre las virtudes del poderoso. El mando se expande, ese es su rollo, y busca siempre huecos donde incrustarse y prosperar. Los antiguos (no hace tanto) pensaron los gobiernos como herramientas para la administración de la cosa pública que, precisamente ... por serlo, debían sujetarse al control de la ley y de la prensa libre.
Para los primeros pensadores de la política democrática, el gobierno no era más que un medio, acaso un veneno necesario, para que las relaciones entre las personas no desembocaran en la lucha final. Equilibrios, diálogo, avances lentos y seguros, intereses en liza. La sociedad abierta no ha sido nunca, decía Octavio Paz, el paraíso en la tierra, sino su posibilidad. En el mejor de los casos, el poder es un reflejo solemne de un país feliz, seguro de sí mismo, y convencido de que las diferencias no deben contaminar el concepto de ciudadanía. La democracia es el espacio del diálogo. Nada más.
Pero, existe, ay, un fantasma que recorre Europa (y el mundo) y que no puede resultarnos desconocido: el totalitarismo. Es el mismo de siempre, oculto, esta vez, bajo las urgencias pandémicas. Todos han ayudado a su espectacular regreso en el siglo XXI, disfrazando su vocación con cínicas apelaciones a la participación de 'los de abajo'. La gran efervescencia, en definitiva, de los populistas.
El poder es necesario cuando se frustra. Si se desata, es peligroso, pero su análisis siempre resulta interesante. Cuando vienen mal dadas, los espectadores desapasionados pueden disfrutar de las ocurrencias del mando, de su perspicaz intento de supervivencia. Pero nos dicen que no podemos ser espectadores, aunque tampoco dueños de nuestro destino. Los ciudadanos de Occidente nos mantenemos en tierra de nadie, ocupando nuestras posiciones en el debate sobre lo que a otros les conviene. Es decir, no la muerte por el virus o la precariedad de un presente incompatible con la vida buena, sino los indultos de los golpistas o la discusión propuesta por la vicepresidenta, Carmen Calvo, sobre las nuevas tarifas de la luz: «El temazo no es a qué hora se plancha sino quién plancha». Así, sin ninguna vergüenza, devolviéndonos al territorio de los 'ismos' de moda, descaradamente manipulados.
Los memes sobre el asunto eléctrico han circulado pintureros por las redes, pero sin que, por supuesto, puedan erosionar los anclajes de un ejecutivo que nada en la superioridad moral y el desprecio por la mitad del país que no lo vota. Cuando el ciudadano no se coloca en el lugar principal del sistema -cuando su voz no es la que ordena, sino la que repite-, el poder segrega un mensaje enlatado para impermeabilizarse.
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