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Al recordar la trayectoria de Emilio Ontiveros, destacaba Joaquín Estefanía (El País, 04.08.22) una de sus ideas fuerza: «El capitalismo solo puede sobrevivir con dosis de equidad, y ello por razones de justicia social, eficacia y relación con la democracia», concepción socialdemócrata que ... colabora a reconciliarse con el interés por lo público y con el no siempre grato ejercicio de la política.
Porque no es bueno que exista un desajuste grave entre una democracia que avanza con lentitud y un capitalismo con deseos de desregulación y tendencia a avasallar, y de ahí la necesidad de encontrar contrapesos regulatorios que eviten los abusos que pueden poner en riesgo el equilibrio del sistema democrático; necesitamos equilibrios entre el poder político y el poder económico.
Aun estábamos superando los problemas de la crisis vivida entre 2010 y 2018, incluida la crisis en Cataluña en 2017, con efectos negativos en la economía, con recortes en las políticas sociales, devaluaciones salariales, escándalos de corrupción y desconfianza en las instituciones, cuando llegó la pandemia que puso a prueba la fortaleza de nuestros sistemas públicos de salud, uno de los pilares de nuestro Estado de Bienestar. Desde la política se respondió con medidas, no siempre agradables (a nadie le gusta que le recluyan en casa), pero se aceptó el intervencionismo porque a los problemas serios no se puede responder con espantajos tabernarios modelo Ayuso, que frente a los problemas de la pandemia respondía a la madrileña con más churros y más cañas. ¿Qué hubiéramos tenido que escuchar si las respuestas de no cumplir con la legalidad en la pandemia ayer y en las restricciones a la energía hoy, hubieran tenido acento catalán (aunque hubiera sido en la intimidad)?
Algunos nos seguimos preguntando cómo en plena pandemia, con miles de muertos y los hospitales saturados, la derecha conservadora del primer partido de la oposición rechazó acuerdos con el gobierno socialdemócrata. Si la democracia se encamina por el ensimismamiento partidario, se favorece la polarización, aumentan las disputas inútiles y se posponen las soluciones a los problemas reales, el resultado es un discurso encanallado y un relato de lo público tergiversado.
El PP del Sr. Feijoo se niega a pactar la renovación de los órganos constitucionales, anima a desobedecer las leyes vigentes y rechaza en el Congreso de los Diputados las restricciones y recomendaciones para un uso más racional de la energía, medidas adoptadas en línea con las exigencias de la Unión Europea, como consecuencia de los efectos de la agresión rusa a Ucrania. Alguna irresponsable respuesta no se hizo hecho esperar cuando se propusieron las medidas: «Madrid no se apaga», respuesta jaleada aquí y allá, porque cualquier motivo es aceptable para confrontar con el gobierno de la nación. La libertad no es exactamente hacer lo que a uno le viene en gana, sea en Madrid o en Lugo.
Cuando la derecha acabó hundiendo la singladura de su propio líder, el Sr. Casado, personalmente esperaba ver la moderación y sentido de la responsabilidad que se había dicho eran virtudes del nuevo líder de la derecha española. Fue un espejismo. No escuchamos correcciones, variaciones o matices en la respuesta de esa derecha española a las medidas propuestas por el Gobierno. Lo que escuchamos fue un no rotundo en el Congreso de los Diputados y el Sr. Feijoo prefirió el ruido mediático a la respuesta con sentido de Estado, no aceptando que el ahorro de energía, por ejemplo, hoy es una necesidad objetiva y compartida por los países de la Unión Europea.
El PP del Sr. Feijoo no parece entender que necesitamos una estrategia energética común que asegure un crecimiento económico sostenible en el conjunto de la Unión Europea y no comparte la propuesta de crear un impuesto temporal a los beneficios de la banca y de las grandes empresas energéticas, rechazando la idea de que los costes de la crisis se repartan de forma equitativa. El horizonte electoral de 2023 aleja cualquier posibilidad de acuerdo entre el PSOE y el PP. ¿Quién tutela a Feijoo, condiciona la autonomía de sus decisiones y le acerca a la pulsión del extremismo ideológico?
No quiero para mi país una derecha cuyo modelo sea el neoliberalismo castizo a la madrileña, el de la política como espectáculo, el de la frivolidad como referencia, el de proponer medidas como las reducciones fiscales indiscriminadas o las privatizaciones de servicios públicos al servicio de determinadas élites.
No entiendo que haya políticos que no hayan percibido todavía que la pandemia del covid-19, la tragedia que suponen los éxitos de Trump o la guerra en Ucrania, que ha puesto fin a la arquitectura de seguridad diseñada en 1991 cuando la desaparición de la Unión Soviética, son, entre otras realidades, las que han alterado las agendas políticas y el rumbo de la geopolítica con efectos en las economías y en la vida de las personas.
El desafío hoy es conocer con qué políticas ambiciosas, eficaces, reformistas y modernizadores seremos capaces de enfrentarnos a los problemas e incertidumbres que nos agobian y estremecen y no resignarnos a un futuro cargado de dudas.
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