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Las cuatro novedades trascendentes de los últimos años en el mapa político español han sido Podemos, Ciudadanos, Vox y JxCat. Se han nutrido esencialmente de votantes nuevos y de anteriores electores socialistas, populares y convergentes. Los dos primeros andan en claro reflujo, tras la retirada ... de Albert Rivera en 2019 y la ahora anunciada marcha de Pablo Iglesias. Los dos últimos, cuya motivación es algún tipo de nacionalismo, se mantienen como piezas importantes del tablero.
En la emergencia de Podemos y Ciudadanos confluyeron factores de diverso signo. Uno era el generacional: la juventud necesitaba alguna nueva fórmula para expresarse con mayor creatividad. Otro era el social: los golpes combinados de la recesión económica y de la pésima política implantada por Bruselas causaron mucho sufrimiento, que quiso convertirse en demanda de un nuevo 'contrato social'. Y un tercer factor era el moral: una crítica a los episodios de corrupción y de falta de transparencia. Por su parte, Vox y JxCat han surgido de reacciones identitarias a los cambios de la globalización.
Estos movimientos no carecen de parangón en el entono europeo. Francia se ha inventado un nuevo centro con Macron y el populismo de Le Pen y de la Francia Insumisa arrinconan al socialismo y al centro derecha tradicionales. En Italia, aunque el Movimiento Cinco Estrellas parece irse eclipsando, la Liga sigue fuerte. En el Reino Unido, el independentismo escocés se ha convertido en una fuerza relevante, mientras que el Partido Conservador se ha reciclado a base de un nacionalismo inglés desatado que amenaza con romper el Reino Unido. En Alemania, los sondeos auguran que el partido más votado será el de los Verdes, por delante de los democristianos, y con presencia importante del ultranacionalista Alternativa por Alemania y de La Izquierda poscomunista. En Irlanda, se han tenido que asociar los dos partidos nacionalistas tradicionalmente rivales y los ecologistas.
El mapa, pues, se está moviendo en toda la UE. O nacen partidos con nuevos programas o los viejos se transforman de contenido, manteniendo la marca 'comercial', pero acercándose en mensajes a sus mozos competidores. O bien el personal se envuelve a la desesperada en alguna bandera. Estos movimientos constituyen síntomas de la inquietud de los europeos, de sus temores e irritaciones, de su incertidumbre ante el porvenir de los hogares, las empresas, las comunidades, los países, el continente.
Hoy nadie cree que ningún partido socialista europeo quiera implantar el modo de producción socialista; y ninguna democracia cristiana o partido liberal o conservador quiere tocar seriamente los servicios del estado del bienestar, con los que están de acuerdo. Y es que estas divisorias ya no existen. La divisoria se sitúa más bien en qué transformaciones económicas y sociales del estado del bienestar se necesitan para afrontar las nuevas necesidades.
Pablo Iglesias abandonó la vicepresidencia del Gobierno para salvar de la extinción a su grupo parlamentario en la Asamblea regional de Madrid y especular con un posible tripartito de izquierdas en la Puerta del Sol. Para los españoles, atribulados por un año largo de pandemia camino de los 100.000 muertos y en una recesión económica de caballo, esta preferencia de Iglesias por socorrer a los suyos en una autonomía y no a todos desde el Consejo de Ministros mostró el fuerte componente de aventurerismo personal que ha venido marcado a esa opción política, y que ha dado lugar a tantos conflictos internos y a desmoronamientos como los vividos en Cantabria.
Nunca he llegado a enterarme muy bien de cuáles eran las prioridades de los morados para nuestra comunidad. Si se trata de una renta básica, ya existía en los presupuestos de la autonomía. Se podía ir ampliando, pero ninguna revolución cabía. Si de la política de vivienda accesible, poco lograron a través de su presencia en las instituciones (en el Parlamento cántabro, muy importante). En 2019 era casi igual de difícil que en 2015 comprar o alquilar una vivienda.
En cuanto al problema del desempleo, me sorprendería que alguna de las personas que esto lean logren recordar alguna medida importante arrancada al Gobierno regional para acabar con la emigración de jóvenes cántabros o colocar a los numerosos parados mayores de 44 años. Y en los temas de infraestructuras parecían considerar que el aislamiento relativo de Cantabria no es algo que merezca subsanarse. (Conectarnos mejor con el mundo era de algún extraño modo... antisocial). Luego, se desintegraron por fuertes desavenencias personales, con acciones judiciales incluidas, tanto en el Parlamento como en el Ayuntamiento de Santander, y finalmente vino la debacle electoral de un partido que había llegado a contar con una diputada en el Congreso.
Sin embargo, ocurra lo que ocurra con los partidos emergentes, los factores que fueron su causa no han desaparecido. El rápido cambio del mercado laboral pone en dificultades a mucha gente. En uno de los países más extensos de Europa, sigue habiendo carestía de vivienda por escasez de suelo en relación con la demanda, circunstancia que en el futuro parecerá tan chusca como a nosotros la costumbre antigua de desvelarse a media noche y volverse a acostar.
Los obstáculos que hallan los jóvenes para lograr ingresos dignos y formar hogares son notorias. Ya se admite una generación que va a vivir peor que la de sus padres. Y esto es difícil de solucionar sin compromisos de otros 'emergentes': los grandes poderes tecnológicos, financieros, robóticos; o sin una pauta de eficiencia en las Administraciones, por ejemplo en educación o en burocracia.
Y precisamente porque, aunque las recetas eran de curandero, muchas de las dolencias resultaban reales, parece tan deprimente el aventurerismo de quienes venían obligados a rendir a un nivel muy superior, y más desde que entraron en el Gobierno. Los partidos tradicionales tienen ahora una ventana de oportunidad para reciclarse. Podría ser la última. Pues el 'contrato social' debe actualizarse. Aunque la coleta más famosa de España ya busca, según algunas fuentes, otro tipo de contratos. Es conveniente desconfiar de los políticos que fingen que van a cambiar la naturaleza humana. Normalmente solo querrán cambiar de trabajo.
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