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Los que creemos que la democracia es el mejor sistema político, porque legitima la opinión de la mayoría expresada libremente, aceptamos los resultados de las urnas, aunque no por ello dejamos de asistir preocupados a los resultados electorales que obtienen personajes siniestros y organizaciones estridentes, ... porque serán esos personajes los que desarrollarán las políticas en sus países, y en un mundo globalizado esas políticas no nos son ajenas y nos afectan de uno u otro modo. Ya sabemos quiénes son en España los referentes de estas corrientes de extrema derecha.
Los votantes que hacen posible el ascenso de estos populismos extremistas, elaboran sus mensajes desde el odio al otro, al diferente, a quien no comparte sus ideas, pero expresan también determinadas demandas sociales y políticas: su rechazo a las políticas de asilo e inmigración y su cuestionamiento a la extensión de derechos civiles, se convierten en demandas excluyentes a las que no es fácil responder con precisión desde el propio sistema democrático, salvo que el propio sistema altere algunos de sus fundamentos. Las desigualdades sociales subyacen en esos movimientos populares tan peligrosos para la democracia.
Está en marcha hace algún tiempo una internacional neofascista, integrada por grupos en ocasiones heterogéneos, unidos por valores morales tradicionales, nacionalistas, identitarios y xenófobos, aglutinados por las ideas y los fondos de personajes como Steve Bannon en la que aparecen nombres propios en Hungría, en Francia, en España, en Italia, en Estados Unidos, en Polonia, en Israel, en Alemania, en Suecia... Hay una amenaza autoritaria que recorre el mundo, un hecho inquietante porque encuentra apoyos entusiastas en sectores de la población a quienes les resulta indiferente el significado de loa derechos y las libertades individuales y colectivas.
No debiéramos banalizar el ascenso de estos defensores del autoritarismo que, desde su retórica nacional populista, ponen en cuestión el propio sistema de representación en nuestras sociedades. Es la crisis en la que están inmersas nuestras democracias occidentales. La democracia, a veces, se sitúa cerca del abismo por su propia generosidad, admitiendo la participación de grupos que no tendrían demasiados escrúpulos para destruir el sistema que hace posible su existencia política.
De alguna forma, se ha quebrado en Europa el gran acuerdo entre la democracia cristiana y el socialismo democrático, con el apoyo de liberales y conservadores, sobre el que se construyó la actual Unión Europea, basada en un sistema político representativo, en una legislación que facilitara la emancipación de los trabajadores y en un Estado de bienestar protector construido desde una fiscalidad progresiva. El daño que infringen al sistema democrático personajes como Bolsonaro (pierde las elecciones y sus partidarios piden que los militares tomen el poder) o Trump que no acepta los resultados de las urnas (no olvidemos aquel 6 de enero de 2021 cuando sus partidarios asaltaron el Capitolio), o lo ocurrido en Israel, donde Sionismo Religioso, un partido ultrarreaccionario, se convierte en la tercera fuerza parlamentaria, o en Suecia o en Italia. Todo ello es descorazonador, porque en esas formaciones políticas, en sus postulados ideológicos hay elementos de nostalgia autoritaria, apelaciones claramente neofascistas y dosis de odio y desprecio al adversario. Como en Italia pasaron de Mario Draghi a Georgia Meloni en apenas unas horas, leo que algunos han interpretado que el electorado ha buscado lo 'nuevo'. ¿De verdad lo 'nuevo' viene de la mano de Salvini y Berlusconi?
Los partidos que creen y defienden la democracia, y especialmente la socialdemocracia, como garantes de vertebrar nuestro sistema institucional, están obligados a escuchar y a responder a los descontentos que encuentran refugio en esos partidos ultraconservadores, salvo que nos resignemos a admitir como irremediable tener que vivir con graves conflictos institucionales o acercarnos a la destrucción de los espacios públicos de convivencia y negar la existencia de valores compartidos. ¿Por qué no encontramos la fórmula eficaz para atender a los nuevos desafíos, sin que afrontarlos suponga que se extiendan los descontentos? El sistema democrático debe ser lo suficientemente fuerte y eficaz para defenderse de sus propios enemigos. Los partidos políticos, evitando convertirse en grupos de interés, son esenciales para que la democracia funcione y para garantizar a los ciudadanos sus derechos y libertades.
Como ha hecho Georgia Meloni en Italia, aquí en España líderes como la Sra. Díaz Ayuso también están construyendo personajes que exploten la imagen de la derecha conservadora, frente al discurso más integrador de la izquierda progresista. El objetivo de personajes como Meloni o Díaz Ayuso es que la izquierda pierda sus referencias tradicionales, al tiempo que tratan de superar la imagen convencional de los líderes vinculados al histórico Partido Popular Europeo. Solo el tiempo y las decisiones políticas serán quienes decidan si los apoyos emocionales que hoy reciben se convierten en verdaderos apoyos racionales.
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