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La política y la religión son, sin duda alguna, los dos factores que han venido gobernando al mundo desde que los hombres dejaron la vida nómada y decidieron vivir en sociedad. La primera se ocupa del gobierno de los cuerpos y la segunda, del ... manejo de las mentes, o almas. Ambas, han vivido amancebadas durante toda la historia. Ni una ni otra en sí, son malas, pero se asientan en la naturaleza humana que sí está viciada por las pasiones difícilmente controlables, y que podríamos sintetizar en los siete pecados capitales: soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza.
A pesar de que las distintas sociedades se han dado a sí mismas unas leyes éticas destinadas a ordenar la convivencia y el bienestar, todas han fracasado y el mundo sigue siendo un caos absoluto. El problema fundamental ha sido que todas las religiones, de orden metafísico, han pretendido dominar al mundo físico, porque los supuestos «dioses» que las han inspirado han pretendido imponerse por la brava unos a otros, y solo han conseguido guerras, destrucción y muerte. Las mismas ideologías políticas, impulsadas por creencias en paraísos humanos, no han hecho otra cosa que combatirse unas a otras, víctimas de sus propios errores. Pero la gestión humana de este mundo está llegando a un punto álgido en el que se nos plantea «la cuestión de ser o no ser», es decir el que nuestra civilización prospere hacia un brillante porvenir, o se nos acabe el negocio, por autodestrucción, definitivamente. Hoy vivimos en plena «barbarie cultural», porque es tal el cúmulo de avances científicos y tecnológicos de que disponemos que, paradójicamente nos aíslan a unos de otros, nos barbarizan y destruirán, si la inteligencia humana no despierta de su espejismo. Hay que separar definitivamente la política de la religión, recluyendo a esta última en el orden privado, para que cada dios se encargue de gobernar a sus fieles, sin inmiscuirse en el orden social, puesto que hasta hoy no ha aparecido ningún ser absolutamente bueno, sabio, poderoso y justo... en grado sumo.
Al menos ni la ciencia ni la filosofía verdadera lo han encontrado, lo cual no quiere decir que no exista. Pero este asunto debe quedar circunscrito a las mentes particulares de quienes tienen una fe concreta. Lo malo de la política es que ha engendrado una especie de religiones laicas, tan fanáticas o más que las de orden divino y que podríamos resumir en tres: fascismo, comunismo y nacionalismo, con sus múltiples ramificaciones en cada una de ellas, a modo de herejías ideológicas, que se extienden por todo el cuerpo social como la sarna. En cuanto a la democracia, inventada por los griegos, ya nació con muchos defectos y sigue con ellos, aumentados y agravados. Platón con su disparatada y fantasiosa ideología, afirmó que la política debiera de estar en manos de los filósofos, pero la idea que él tenía de los filósofos era completamente fascista y deleznable.
La filosofía actual (no toda) no tiene nada que ver con la tradicional, especialmente con la aristotélico-tomista. Pero sí que debieran de gobernar estos nuevos filósofos, bajo la máxima que esgrimía el ilustrado Carlos III: «Todo para el pueblo, pero sin el pueblo». Entendiendo en la palabra pueblo, a todas las clases sociales en general, ricos y pobres, y por filósofos a una élite minuciosa y científicamente elaborada para la tarea de gobernar, porque la 'demo-cracia' o, gobierno del pueblo, según su etimología griega, a pesar de ser el menos malo de los gobiernos, hoy se ha pervertido, según esta letrilla popular y sentenciosa que así reza: «Dicen que en la democracia, / el pueblo es sabio y se rige. / Eso me hace mucha gracia, / pues su gestión, nos aflige». Ningún gobernante debería pertenecer a una ideología concreta, ni política, ni religiosa, sino ser únicamente filósofos y científicos depurados. La política y la religión son necesarias, pero dentro de un orden. La primera porque tenemos que convivir, y la segunda, porque las mentes humanas necesitan un placebo. Pero no amancebadas como hasta ahora, sino independientes y unidas mas no revueltas.
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