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Sirvan estas letras como sencillo y sincero homenaje a mi tío Jaime y al Jaime Blanco político.
Regreso a casa tras despedirme por última vez de ti, y los recuerdos y vivencias se amontonan en mi mente tratando de poner a los mismos ... cronológicamente en orden.
Pienso en aquel Jaime, en Ciudad Jardín, en un verano cualquiera, cuando con Nacho y Manolito nos juntábamos y apoyados en los muros de cualquier casa o junto a las vallas de la histórica Valdecilla, los mayores hablabais, y los pequeños escuchábamos, de vuestros logros femeninos. Y cuando preguntábamos, la única respuesta que recibíamos era la de «Vosotros, oír y callar». Las chicas eran algunas guapitas y recuerdo que decían lo guapo que era Manolito y lo negro y 'agitanao' que era yo.
Los veranos transcurrían y llegó el momento de no «aguantarnos» más y así por ley de vida, nos abandonasteis a nuestra suerte. Había que aceptarlo, y volvimos a nuestros patinetes, piolas, fútbol y otros juegos propios de la edad por cualquier prado de aquella maravillosa Ciudad Jardín.
Pienso en las excursiones y caminatas a La Maruca, aquel lugar de playa y rocas que tú, Jaime, adorabas, donde pescábamos y nadábamos bajo la mirada de los guardias civiles que custodiaban aquella costa cantábrica y que eran los ahora vigilantes de la playa. Luego venía la vuelta a casa, caótica, el hambre, el calor, el cansancio, se cebaban con nosotros y para más inri, tú, Jaime, nos recordabas la obligatoria siesta que tito Manolo nos imponía a los pequeños. Y luego venía la recogida de peras y manzanas de la huerta, donde tú y Nacho a modo de «capos» dirigíais la bien orquestada estrategia del 'jefe', para luego proceder a pelarlas, arte que nunca aprendí, y poder hacer las mermeladas caseras.
El tiempo y la vida pasaban y tú te ibas curtiendo, y la seriedad en los estudios y la responsabilidad ante tus hermanos/as mayores era una constante, manifestando desde ya un carácter y personalidad singular. Todo ello lo percibía según me contaba mi padre, con el que tenías una química especial ya en época temprana, era quizás el destino.
Ese destino te llevó a estudiar Medicina a Sevilla, a casa de mis padres y a compartir habitación conmigo alrededor de seis años. Allí comenzaste a coquetear con el socialismo de la mano de Felipe, Alfonso, Escuredo, Chaves, etc, que a la postre fueron figuras importantes en la política venidera de España y Andalucía.
Años aquellos que fueron importantísimos en tu vida futura como hombre público y, de rebote, también en menor medida para mí, pues aprendí de ti cosas que de no haber estado tú, quizá no las hubiera sabido en aquel entonces.
Los días pasaban y entre tus aprendizajes de Medicina y las charlas ideológicas, os (mi padre y tú) adentrabais en un sideral de ideas, sanitarias y políticas, que yo como invitado de piedra, iba procesando en absoluto silencio.
Mi padre (viejo y convencido franquista ) y tú (portador de ideas socialistas), hablabais en tono respetuoso y generoso, pocas veces se alzaba la voz fuera de lo correctamente educado, y cuando sucedía, allí aparecía Luisina, tu hermana, la más culta de todos, y con su carácter sereno y cariñoso, bajaba los decibelios de inmediato.
Anécdotas, haberlas las había, así desde una discusión por las vitaminas, hasta la del catedrático de Medicina Legal que corrigiendo los exámenes en pleno campo te dijo que tenías que repetirlo, porque una vaca se había cagado en el tuyo impidiendo por su olor y tamaño de la «moñiga», corregirlo, ahí queda eso... Y, por supuesto, no me olvido cuando te acompañé al examen oral de Fisiología con aquel catedrático durísimo, de nombre Viñas, y sacaste sobresaliente, felicitándote públicamente.
Recuerdo aquellos desayunos, tal vez los sábados, que nos preparaba mi madre y que tú decías que eran impresionantes, de rebanadas y manteca 'colorá'.
Recuerdo además tu asco por el pollo, en sus diversas versiones de cocinado, pues decías a tu hermana que después de abrir y estudiar órganos de cadáveres in situ, no podías ni verlos. Y enterado mi padre de tanta sutileza culinaria le decía a Luisina «nosotros pollo y al rojo, solomillo de ternera cántabra».
Siempre, y esto lo resalto y quiero que todos lo sepan, el respeto y la admiración entre ambos fueron modélicos, tanto a nivel médico como político, parecía que barruntaban la Transición española.
Gracias Jaime por haber estado en aquel momento y abrirme la mente a otras ideologías.
Gracias porque me ayudaste a elegir, si bien en mis primeros cursos en la universidad comencé a coquetear con tus ideas hasta el punto de asistir a charlas de Alfonso, Escuredo y Felipe sobre las bonanzas del socialismo, al final seguí los postulados de la derecha moderada, con alegría de mi padre al cual yo jamás hubiera «traicionado» pues ha sido para mí el mayor regalo, junto a mi madre, que Dios me ha concedido.
Tus ideas y las mías fueron por caminos diferentes pero con un mismo objetivo: España. Tú llegaste a ser un político de altura y serviste a España desde la política, por encima de intereses partidistas.
Nos une ese amor a nuestro país, unido y sin fisuras territoriales; nos une saber que en España podemos caber todos pero respetando la Ley.
Fuiste un político de Estado y ese es tu mejor y mas grande legado a la España moderna y democrática.
Pena me ha dado, después de retirarte de la política, no haber compartido contigo comidas, partidas y charlas conjuntamente con Fermín y Manolo, sobrinos y primos del alma míos. Lo siento.
Ya solo me queda resaltar tu comprensión, generosidad, preocupación y deseos de unidad en nuestra familia. Por ello luchaste, y por el respeto para todos y entre todos, y ese legado familiar estoy en condiciones de, en nombre de Manolo y de Fermín, de recogerlo y seguir en el camino de la unidad. No lo dudes.
Nada más mi querido tío Jaime, que allá donde estés seas feliz y descansa en paz.
Te confieso que entre tanto silencio y respeto antes de depositar tus cenizas, como creyente en Dios que soy, te recé en la más profunda intimidad.
Un enorme abrazo.
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