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El reciente desmelenamiento del torero Enrique Ponce ha herido más profundamente a quienes defienden la idea nacional de España que cualquier arenga independentista de Otegi o Puigdemont. La cosa es más seria de lo que parece. Hasta lo de Ponce, uno podría llegar a ... creerse aquello de la excepción patria; el heroísmo que nos distingue de la Europa protestante y del emprendimiento descocado, estilo Zúrich. Hablamos de la pasión, el duende y la muerte y todo ese tipo de filosofías sacrificiales. Pero, ahora, con la querencia del de Chiva por el Instagram, resulta indiscutible que la modernidad digital seduce también a los defensores de lo atávico. Entre el virus y lo del maestro, no ganamos para sustos.
Qué lejanos y qué míticos nos parecen hoy los tiempos de Manuel Mejías, el llamado 'Papa Negro', patriarca de la dinastía taurina de los 'Bienvenida'. Este hombre formidable quiso introducir a la familia en los valores éticos de la tauromaquia y les explicaba a sus hijos la importancia de hacer de vientre con la postura erguida, orgullosa y en jarras porque había que estar «en torero» en todas las circunstancias de la vida.
En la actualidad, sin embargo, con Ponce -que era un diestro poco dado al desenfreno hasta que se ha acercado a los cincuenta años- se derrumba la leyenda del dique de contención de ciertos espacios sociales contra la tiranía de la mediatización y lo políticamente dominante. No funcionan como tal dique los toros ni, por supuesto, la Iglesia católica, que también tiene un Papa, que, a diferencia de Mejías, es blanco y argentino y conoce bien las debilidades de un tiempo que no admite los escándalos. De ahí que, en su última encíclica, 'Fratelli tutti', no fije su atención contra los fundamentalismos («las religiones no incitan nunca a la guerra y no instan a sentimientos de odio, hostilidad, extremismo, ni invitan a la violencia o al derramamiento de sangre»), ni contra las teocracias que, aún hoy, someten a países enteros. Protesta, sobre todo, contra el (neo)liberalismo, en favor de algo a lo que llama «economía popular» y «producción comunitaria». Porque, evidentemente, el mal son el culto al individuo y el mercado.
¿Cómo va a decir otra cosa Francisco? ¿Cómo esperar de él algo diferente al monotema político o, incluso, alguna referencia valiente a la oferta vaticana sobre la gracia y la salvación universal? El pontífice apuesta por aquello que, de su propio bagaje dogmático, cabe rescatar para la opinión pública: lo más sencillo y atractivo. Podría hablar del aborto o del infierno, por ejemplo, pero, claro, también Ponce podría limitarse a matar toros con una espada. Ambos prefieren los 'likes'.
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