![Los portadores de la antorcha](https://s3.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/202101/16/media/cortadas/61464775--1248x914.jpg)
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Cuando me estrené como joven estudiante de Periodismo en la Complutense de Madrid, caí en la ingenuidad de creer que las clases en la facultad comenzarían pronto tras el verano. No era así, como amablemente me explicaron los bedeles de aquel edificio donde Amenábar rodaría ... su éxito 'Tesis'. Así que me dedicaba a reconocer el entorno del campus. Cruzaba a la plaza Ramón y Cajal, flanqueada por Farmacia, Medicina y Odontología. Allí me sentaba, con mi manoseado 'Zaratustra' de Nietzsche, al pie de la escultura que simboliza la transmisión del conocimiento: 'Los portadores de la antorcha'. Esta obra, realizada en aluminio a partir de un original en yeso, había sido un donativo de su autora, la norteamericana Anna Hyatt (1876-1973). Aquella buena señora, cuyo marido había sido un entusiasta hispanista, había nacido con la Constitución de Cánovas y a punto estuvo de conocer la de Suárez.
La escultura representa el mito de Prometeo pasando el fuego al hombre. Hay otras réplicas en La Habana, Valencia, Nueva Jersey, Virginia y Connecticut. También hay en el campus otra escultura de esta gran artista estadounidense: una 'Diana cazadora'. El caso es que he recordado a los musculosos Antorchistas al leer en Bloomberg un artículo que explica cómo Estados Unidos está produciendo demasiados doctores, especialmente en humanidades, y cómo eso está generando un profundo malestar social, ya que no encuentran salida profesional tras un gran esfuerzo de formación. El columnista, Noah Smith, señala que, junto con una reducción en la oferta doctoral en letras, el gobierno podría generar con gasto público una demanda adicional de doctorados STEM (ciencia, tecnología, ingeniería, matemáticas), o al menos absorber los que las universidades producen.
El historiador Peter Turchín cifra en este desajuste entre educación superior y economía una de las causas de los crecientes problemas políticos en Estados Unidos, de los que el asalto al Capitolio es botón de muestra. La existencia de capas muy preparadas, pero sin oportunidad vital, proporciona élites alternativas al servicio de unas clases trabajadoras precarizadas por la evolución del capitalismo global. Como dice Smith: «Son gente muy inteligente, muy buena escribiendo cosas, y bien formada en una serie de ideas disidentes. Esa es la clase de gente que tiende a liderar las revoluciones». La sobreproducción de élites lleva a la discordia y a una lucha feroz por conseguir los recursos de los puestos políticos y, en ocasiones, económicos. La democracia bascula (aún más) hacia una demagogia desatada y divisiva.
Como en política solo habrá cosas nuevas cuando la naturaleza humana cambie, ya el filósofo inglés Sir Francis Bacon (1561-1626), un coetáneo de Cervantes, en su ensayo sobre 'las sediciones y perturbaciones', había subrayado el problema de un exceso de nobles, clérigos y titulados en un país, en comparación con el número de los comunes. Y es que el material de las sediciones es de dos clases: mucha pobreza y/o mucho descontento. Aunque las 'rebeliones de la barriga' son las peores, el pueblo es lento de movimientos, pero una élite descontenta y ambiciosa puede servirle de catalizador. Un poco más elaborada, esta es la misma teoría que el economista y sociólogo italiano Vilfredo Pareto expondrá tres siglos después. Quien no quiera ver el descoyuntamiento de las democracias europeas por esta combinación de deterioro socioeconómico y ampliación de la élite potencial, a través de populismos y otros fenómenos, deberá ofrecernos una buena explicación alternativa.
Cantabria es una de las regiones con mayor porcentaje de población activa (más del 47%) con educación superior, y con más proporción de jóvenes de 18 a 23 años cursando estudios universitarios. Esto significa que, para dar un horizonte local de ascenso económico a los titulados, debería ofrecer una estructura económica con un fuerte peso de empleos relacionados con dichas cualificaciones. Todos sabemos que no sucede así. Los primeros que lo saben son esos miles que se presentan a las oposiciones a ver si logran en la administración pública lo que el mercado jamás les va a ofrecer. Y luego les exhortamos a que se hagan emprendedores. ¡Si ya lo son, han entendido que, en ausencia de mercado, el verdadero negocio se hace fidelizando al contribuyente!
Naturalmente, hay un cierto 'efecto Salamanca': pocos estudiantes que se forman en aquella ciudad tienen por objetivo quedarse allí para su vida profesional. Como los que se forman en Bolonia, en Cambridge o en Lovaina. Algunos podrán quedarse, mas el resto tratará de dar a valer ese conocimiento en otra parte. Así en Cantabria hay una estructura de enseñanza no solo difícil de coordinar sectorialmente con su economía, sino incluso de coordinar en la dimensión.
Las estadísticas de empleo son un poco engañosas. El titulado se emplea, sí, pero en algo que no necesitaba su título. Tiene así un trabajo peor que el esperado y además le ha quitado la oportunidad a otro que poseía menos grado formativo. Uno se subemplea y el otro se subemplea todavía más, si tiene suerte de hallar algo.
De ahí la importancia de una buena política económica y de una política educativa que sea sincera con la gente joven. Los políticos no deben contar con que la resignación del subempleo o de la emigración sean sostenibles. Ya la mayoría de procesos políticos internos reflejan lo que señalan Turchín y Smith. La sociedad del malestar irá a más. Sin duda, la educación superior, en nuevos y más flexibles formatos, es clave para una economía del porvenir. Pero especializarse en educación implica necesariamente un 'efecto Salamanca'. Para que sea el mínimo posible, se debe seguir el criterio de Bacon en la economía. Pues para evitar aquellas 'rebeliones de la tripa' catalizadas por el descontento de élites empobrecidas, recomendaba este barón de Verulam, vizconde de Saint Albans y canciller de Inglaterra: promoción del comercio, la manufactura y el campo; moderación de impuestos, vigilancia de los precios y represión del despilfarro. Habrá que meditar por qué advertencias de hace cuatro siglos nos son aún aplicables, y si la antorcha de Prometeo nos la han cambiado por un cartucho de dinamita.
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Ana del Castillo
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