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Ante la obligación de preguntar está el derecho a no contestar. Lo de no decir lo que uno piensa en ocasiones es hasta una virtud ... si me apuran. Se evitan problemas. Hay veces, incluso, que uno sale ganando si se muerde la lengua. No digo que no. Sin embargo cuando eres entrenador, tu equipo va el último y sin que te enteres te venden a tu mejor futbolista de la noche a la mañana y el club te trae refuerzos que no has pedido, puedes pensar para tus adentros que pintas poco más o menos que la UGT con Franco. Otra cosa es que te dé igual, pero a poco amor propio que tengas...
Cristóbal es un eslabón más de la cadena de errores que ha encadenado Chuti Molina y que le han permitido sus jefes. Quizá por eso se aferre a esa educación pulcra e irreprochable de la que ha hecho gala desde que se le conoce en Santander, pero que le envuelve extraoficialmente en un halo de complicidad colectiva. Sentarse después de cada partido a explicar lo inexplicable es algo que a Cristóbal y a cualquiera le resulta asfixiante y si además le piden explicaciones por el sindiós que ha montado su jefe más inmediato... ¿No me digan que no es para explotar? Pues ni con esas. Durante la rueda de prensa del domingo el cordobés le dio golpecitos a la mesa, se tragó un par de sapos y una culebra y repitió su discurso: «Preguntadle al director deportivo». Vaya flema el míster. Papá dice que lo que diga mamá y mamá que lo que diga papá. Y mierda para el correo que va y viene. El míster se mordió la lengua por evitar decir lo que en realidad piensa. Cristóbal –independientemente de que haya ganado un partido de once– no lo dijo, pero se lo digo yo: le ha señalado a Chuti Molina lo que quería para mejorar la plantilla y el manchego le ha fichado lo que le ha dado la gana. Así las cosas, el día que se jugaba la vida en los Campos de Sport su equipo acabó jugando con un pivote como central –Kitoko– y un delantero del filial –Tresaco–. Ni rastro del central ni del mediocentro organizador que le han pedido hasta las focas de La Magdalena.A cambio se suman a la plantilla dos extremos diestros –ya había otro– y uno zurdo que juega por la derecha. No hay por dónde cogerlo.
La comunicación en este club es como el teléfono escacharrado al que jugábamos de chicos. Esa política de la conspiración perpetua; el empeño en ver enemigos ha escondido la reiteración casi constante de los desmanes maquiavélicos de quien tomó las riendas de este club. Hay quienes llevamos más de dos décadas paseando por La Albericia y en el último año y medio nos hemos sentido forasteros. Empleados a quienes hemos visto cómo les cambiaba la voz, se les caía el pelo o se les teñían de blanco las sienes nos saludan arqueando los ojos y mirando a los lados; no sea que les vean. Y si la tensión se palpa en la cafetería, ¡qué infierno será el vestuario del colista! A ese clima se refirió Alfredo Pérez en su desayuno informal con la prensa. Que había que rebajarlo, sugirió. Quizá antes de sentarse no tenía claro quién era el que lo generaba. Ahora ya se ha caído del guindo.
Con la mitad del vestuario en contra de Chuti –esto lo digo yo, que nadie espere que lo diga el entrenador ni el club, y es entendible–, la grada señalándole directamente como culpable, la demostración de que su trabajo ha sido un desastre y su política de funcionamiento retratada al retrotraer sus jefes –cómplices también– varias de sus 'tonteriucas', el director deportivo más poderoso que recuerda la ciudad –y el club más que centenario– está más sólo que Gary Cooper. Permítanme la licencia –y sin querer caer en la pedantería– pero, como en la obra de Gabriel García Márquez, el coronel no tiene quien le escriba. O sí. Porque en mitad de este paisaje lunar le queda un amigo: Pedro Ortiz. De la bicefalia que gobierna el club, a Pérez se le ha hinchado la vena, pero a Ortiz el roce le mantiene imbuido en ese enamoramiento con fecha de caducidad. Ha compartido mañanas de entrenamiento, negociaciones, presenciado arengas a los futbolistas –eso fue lo que dijo el vicepresidente–, discursos motivantes... Todo eso actúa de freno. Es el único asidero de alguien que hoy va a ganarse el sueldo al dar la cara casi tres meses después de escuchar su nombre hasta en lenguas cirílicas ¿Saltará al ruedo peleón o reconocerá sus errores?
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Ana del Castillo
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