El precipicio de la paz social
ENTRE PARÉNTESIS ·
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Y a lo decía no sé quién: «La guerra es el arte de destruir a los hombres, la política es el arte de engañarlos». Y ... en eso estamos. Entre la guerra y la política ahora nos vienen con la paz social para justificar tropelías como la desaparición del delito de sedición, la reducción de penas por corrupción y el intento, por ahora frustrado, de asaltar la Justicia para preparar el referéndum de la separación de Cataluña sin contar con el resto de los españoles. Es la paz social que los secuestradores exigen para pagar el rescate, la paz social que ansían los violadores para que las víctimas no opongan resistencia, o la paz y justicia social que invocan los okupas después de haber dado patadas a las puertas de casas ajenas.
La paz social no sólo nos ha colocado al borde del precipicio. Con el disimulo de la palmadita en la espalda ya nos han empujado y estamos cayendo al vacío. Pero no hay problema. Un político del PSOE, admirador de las paradojas de Zenón, me ha dicho que la distancia que hay hasta el impacto puede dividirse en infinitas partes, con lo que el contacto con el suelo no llegará nunca, ya que la distancia hasta él también es infinita. Y así estamos cayendo, pensando que nunca nos estrellaremos mientras disfrutamos de la paz social.
Acaso no sea la misma paz social que los monárquicos asumieron cuando las masas tomaron las calles y las instituciones para proclamar la II República tras unas elecciones ¡municipales!, ni la que se negó años después a los militares sublevados imponiendo una dictadura. Pero quienes aseguran que la Constitución de la concordia del 78 ha quedado obsoleta, que no nos vendan ahora una paz social que evoca enfrentamientos y allana terrenos para futuras revueltas. Eso sí que es volver al más triste pasado.
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