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Desde que Edward Jenner utilizara el pus de las ampollas que tenía en las manos una lechera para inocular al hijo de su jardinero en 1796, hasta que se produjeron los siguientes avances en el campo de la inmunología, iban a pasar casi 100 ... años.
El protagonista de estos avances sería una de las figuras más importantes de la historia de la medicina: el químico Louis Pasteur. Sus primeros trabajos referentes a las vacunas fueron con el cólera aviar. Se cuenta que, a causa del descuido de un ayudante, inoculó a unos pollos con un cultivo que llevaba preparado demasiado tiempo. Como los pollos no enfermaron, preparó un nuevo cultivo y los volvió a inocular; sin embargo, los pollos siguieron sin dar muestras de la enfermedad. Pasteur, conocedor del trabajo de Jenner, se dio cuenta de que los pollos habían desarrollado una respuesta inmune ante las bacterias debilitadas del primer cultivo.
Para su siguiente trabajo en ese campo, que debía confirmar su teoría, escogió el ántrax, y realizó una demostración pública de los efectos de su vacuna sobre ovejas y vacas. Ante la prensa de la época, el éxito fue rotundo, y Pasteur se hizo muy popular como descubridor del procedimiento de inmunización, que bautizó con el nombre de vacuna en honor a Jenner.
El descubrimiento de Pasteur iba un paso más allá, no necesitaba encontrar en la naturaleza una versión benigna de la enfermedad, sino que producía el tratamiento a partir de los patógenos originales, un método que se sigue empleando en la actualidad.
Cuando Pasteur decidió enfrentarse con la rabia, a finales de 1880, se encontró con un nuevo problema: no podía cultivar los gérmenes en el laboratorio. Estaba enfrentándose a un virus, desconocido en esa época, que sólo se pueden cultivar en células vivas. Inasequible al desaliento, Pasteur se decidió a inocular fluidos de animales enfermos en el cerebro de conejos. Después de que estos incubaran la enfermedad, extraía la médula espinal, la dejaba madurar e inyectaba el fluido en otro conejo, hasta que consiguió preparados que no provocaban la enfermedad. Sólo había conseguido provocar la inmunidad en algunos perros cuando decidió aceptar el caso de Joseph Meister, un niño de nueve años que había sido mordido por un perro rabioso. Si se declaraban los síntomas, la rabia era mortal el 100% de los casos, pero disponían de un periodo de incubación de unas seis semanas. El niño nunca desarrolló la enfermedad, y la vacuna contra la rabia se difundió rápidamente por todo el mundo.
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