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El Diario Montañés y otros medios de comunicación regionales han proporcionado amplia información para conmemorar los treinta años de la inauguración del Palacio de Festivales de Santander. Pero los fastos que se están recordando parecen iniciarse con la colocación de la primera piedra, ignorando ... el complicado proceso que precedió a ese momento simbólico. En aras de la historia y del reconocimiento de los méritos de quienes lo hicieron posible, me atrevo a reconstruir, haciendo uso simplemente de la memoria, lo que puede calificarse como la 'prehistoria' del Palacio, pues toda historia ha sido precedida siempre de su correspondiente prehistoria.
En 1982 se constituyó el primer Gobierno de Cantabria como comunidad autónoma, presidido por José Antonio Rodríguez, del que tuve el privilegio de formar parte como consejero de Cultura, Educación y Deporte. Uno de los principales objetivos que se propuso este primer gobierno fue lograr una sede digna para el Festival Internacional de Santander, una vieja reivindicación de la ciudad, que debía reemplazar las instalaciones siempre provisionales e incómodas, aunque añoradas con cierta nostalgia, de la Plaza Porticada y, como consejero responsable de la cultura me fue encomendada esa tarea. La ocasión se presentó cuando tuve conocimiento de que el entonces director general de Cultura del Gobierno de UCD, J. M. Garrido, había lanzado un programa de construcción de auditorios de música, danza y teatro en las diversas comunidades autónomas. Yo conocía al director general, que era murciano, por mi anterior estancia en la ciudad como catedrático de aquella universidad, y esta circunstancia facilitó la buena acogida que tuvo mi propuesta en Madrid.
A pesar de la escasez de recursos económicos que en la época sufrían ambos gobiernos, fácilmente llegamos al acuerdo de construir uno en Santander, para lo que el ministerio aportaba 500 millones de las pesetas de entonces y el Gobierno de Cantabria otros 500 millones, además de los terrenos. Era alcalde de Santander Juan Hormaechea, que mantuvo siempre unas relaciones tensas y difíciles con el gobierno de Rodríguez, entre otros motivos porque veía como una competencia no deseada la existencia de la comunidad autónoma. Ello explica que al poco tiempo recibiese una llamada del director general Garrido informándome de que le había visitado el alcalde para pedirle que no financiase el auditorio previsto, porque aducía -así me lo dijo textualmente- que «la ciudad era suya y la comunidad debía limitarse a hacer bebederos para las vacas en los pueblos», algo que yo mismo había oído más de una vez de boca del propio Hormaechea.
Como las presiones en Madrid no dieron resultado, el nuevo obstáculo que puso Hormaechea fue el de impugnar la titularidad de los terrenos donde se pretendía construir, y se construyó, el Palacio, hasta que los servicios jurídicos de ambas instituciones dejaron claro que los terrenos eran propiedad de la desaparecida Diputación Provincial. El siguiente paso fue convocar un concurso de ideas para el nuevo edificio. Con el asesoramiento del arquitecto Eduardo Fernández Abascal, se procedió a seleccionar diez nombres ilustres de la arquitectura española para que presentasen cada uno un anteproyecto que se recompensaba con un millón de pesetas. A estos diez anteproyectos se añadió el del entonces arquitecto municipal, Luis de la Fuente, y otro presentado de manera conjunta por el Colegio de Arquitectos de Cantabria.
Una vez presentados todos los anteproyectos se produjo una crisis de gobierno y José Antonio Rodríguez, que había ganado las elecciones con mayoría absoluta, se vio obligado a presentar la dimisión en el Parlamento. Pero el proyecto del Palacio siguió adelante y fue mi sucesor en la consejería, Mariano Mañero, quien convocó la comisión que seleccionó el anteproyecto presentado por Sáenz de Oiza. Fueron otros presidentes, en especial Juan Hormaechea, el mismo que había hecho todo lo posible por boicotearlo, quien lo llevó adelante, eso sí, multiplicando por siete el presupuesto inicial, aunque le correspondió a Jaime Blanco el honor de su inauguración. Pero se debe reconocer que fue el presidente José Antonio Rodríguez quien primero creyó, impulsó e hizo posible que el actual Palacio de Festivales sea una realidad. En política, con mucha frecuencia se cumple el dicho del Duero y el Pisuerga: uno aporta el agua y otro se lleva la fama. Hoy es muy fácil recurrir a las hemerotecas y a los archivos para conocer la verdadera historia o, como en este caso, la 'prehistoria'. Una última información: en la convocatoria de los anteproyectos se hacía hincapié en que el Palacio fuese concebido como una primera fase de un posible Palacio de Congresos a levantar en la parcela limítrofe entonces ocupada por Astilleros del Atlántico. Pero no se tuvo en cuenta, por motivos que desconozco, y el terreno es hoy un simple aparcamiento.
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