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«La prensa debe servir a los gobernados y no a los gobernantes». La celebrada frase de Hugo Black, uno de los nueve jueces de ... la Corte Suprema, ha quedado en la historia y resume el papel que periodistas y editores deben jugar con el fin de asegurar que las sociedades conozcan la verdad y obren en consecuencia. Ha pasado poco más de medio siglo desde el proceso iniciado contra 'The Washington Post' por difundir los oscuros secretos del Pentágono sobre la guerra de Vietnam. El Post arriesgó crédito, dinero, cárcel y su propia existencia para contar cómo el Gobierno de Estados Unidos mentía a su pueblo y enviaba a sus jóvenes a morir por nada en un conflicto lejano e inútil que militares y líderes políticos sabían perdido de antemano. Según escribió Black tras la absolución del Washington Post «solo una prensa libre y sin ataduras puede impedir que un gobierno engañe a los ciudadanos».
Los gobiernos, el de Cantabria y cualquier otro, están bajo sospecha y han de ser sometidos a una vigilancia constante, siguiendo el consejo de Chaplin, por lo que la prensa es fundamental en este marcaje. No estamos en la situación del Post, pero sí en la necesidad de enderezar el rumbo de una autonomía que no funciona, exigiendo el cumplimiento de los compromisos electorales, una menor burocracia y una mayor eficiencia. Debemos encarar los próximos años con espíritu crítico, rechazando el populismo mentiroso, y lejos de la fanfarria habitual en los aniversarios redondos, para situarnos frente a la verdad desnuda. Porque algo habremos hecho mal en cuatro décadas de autonomía cuando todos los indicadores económicos son negativos, la región se desliza hacia la insignificancia y comunidades cuya renta per cápita era inferior a la nuestra nos han sobrepasado claramente.
En una reciente conferencia en el Ateneo, primera de las que tendrán lugar con motivo del cuarenta aniversario de la aprobación del Estatuto, el doctor en Historia y periodista Juan Luis Fernández puso negro sobre blanco los datos suficientes como para sentir una enorme preocupación ante el futuro -especialmente el de los más jóvenes- entre los que destaco la constatación de que la antigua provincia de Santander, aquella a la que llamaban Puerto de Castilla, tenía un mayor peso en el conjunto de España que la actual comunidad de Cantabria. Pero no se trata de mirar atrás sino de continuar adelante con el reforzamiento de un autogobierno serio, trabajador, transparente y eficaz. La desafección ciudadana tiene bastante que ver, sin duda, con la comprobación de que la autonomía regional, que tantos pedimos y festejamos en su día, no ha contribuido a su bienestar sino más bien al contrario.
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Ana del Castillo
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