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Reaccionar frente a algo imprevisto es generalmente un fracaso. Imagínense que España sufre una fuerte sequía y queremos reaccionar cuando ya estamos sufriéndola. Es evidente que lo mejor es hacer pantanos para estar preparados. O sea, una actitud proactiva. Una epidemia en el mundo se ... produce generalmente cada cinco años. Hemos tenido ya varias de coronavirus (2002-2003, 2012, 2019), gripe A, ébola... Pero lo único que hemos hecho ha sido reaccionar. Y el resultado son miles de muertos, centenares de sanitarios contagiados, falta de material protector, ausencia de directrices claras, desconocimiento de la población infectada por ausencia de material para hacer tests adecuados, ensayos clínicos con fármacos de efecto desconocido, una carrera desesperada en búsqueda de una vacuna... Si todos nosotros estuviéramos en un consejo asesor de nuestro Gobierno lo primero que diríamos lógicamente es: «Lo hemos hecho mal. Y por tanto tenemos que estar preparados al igual que hacemos con otras amenazas, con algo estructurado, organizado de forma constante y fija. No hay que improvisar. Entre todos vamos a definir aquello que hemos de hacer». Es decir, nuestro consejo sería obvio: lo mismo que se planifica una empresa, o el ejército, o un programa escolar a medio plazo, adelantándonos con herramientas y sistemas antes de que se extienda.
Pues vamos a ello porque en España podemos hacerlo muy bien si nos organizamos. Vamos a ser proactivos para la próxima vez. La clave fundamental es identificar de forma temprana cada caso: para ello hay que reforzar los registros epidemiológicos a nivel local, nacional e internacional. Si en una zona aparecen neumonías por encima de la tasa habitual, o determinados síntomas crecientes, hospitalizaciones, morbilidades, mortalidades..., deben de ser recogidas. Hay que tener algoritmos muy claros e inmediatos para ver los cambios de salud de la población. Hemos de mejorar mucho lo que ya tenemos, porque con la tecnología de estudios que permiten datos de cientos de millones de casos (big data) esto debe ser recogido e informado de forma instantánea. Ese es el punto más importante: enterarnos de lo que está pasando, al día, y no esperar a resultados de entidades (INE) que tardan meses en analizar los datos.
En segundo lugar es muy importante estar 'preparados' para fabricar tests de detección del vector viral, pero no de forma emergente. Siempre tener la estructura necesaria dispuesta para fabricar de forma muy rápida millones de tests. Son técnicas sencillas que en España se realizan diariamente en muchos laboratorios. Y comenzar por los 'puntos calientes' donde la enfermedad está más concentrada. Y no solo para el diagnóstico de la enfermedad (PCR) y para organizar aislamientos, sino para detectar en sangre la respuesta inmunitaria y la recuperación de la infección en personas asintomáticas. Solo así sabremos lo que nos pasa y cómo organizar el control de la población, tanto para aislar como para abrir las salidas de la población.
Es necesario un apoyo constante y no intermitente a la investigación. Tiene que quedar claro la palabra constante; es decir, que España esté preparada para hacerlo en muy poco tiempo, haya epidemia o no. Y esto ha de servir para darnos cuenta de una vez de que la investigación no se financia de forma aguda cuando llega la pandemia sino a través de ayudas permanentes suficientes cada año que nos permitan responder con soluciones inmediatas en cualquier momento. De esta manera, en palabras del Dr. Luis Enjuanes del Centro Nacional de Biotecnología (CNB/CSIC), «podríamos tener la estructura básica de la vacuna a la que añadir en pocos meses la pieza del nuevo virus».
Tener protocolos y nada de ocurrencias. Cada paso tiene que estar perfectamente elaborado con protocolos para contener la infección y reducir la exposición a la población, con mapas de contactos y aislamientos y nítidamente precisas, sin idas y retrocesos, las estrategias de mitigación: aislamientos, mascarillas, lavado de manos... Y ahí entra un diseño claro y preciso de manejo del personal encargado de la lucha: prevención, manejo del que enfermó, vuelta al trabajo y monitorización posterior. Todo tiene que estar ya detallado como lo hacen los fabricantes de un Airbus antes de empezar su programa y como hacemos con las guías de actuación en Medicina. Aquí las ocurrencias sobran.
Tenemos que estar preparados para tener tecnología y ofrecer sistemas de protección. En la próxima epidemia no nos puede pasar lo que ha ocurrido en esta, que carecemos de protección para nuestro personal en riesgo y de la tecnología necesaria para actuar sobre los más graves. Una pandemia que llega cada cinco años no puede corregirse con una fabricación rápida de respiradores sin homologación, fabricados in extremis con motores de limpiaparabrisas de coches. El modelo de compra de nuestro sistema sanitario del siglo XX, que consiste en pedir cuando se está acabando el material para evitar almacenamientos ineficientes, no sirve para la protección ante la epidemia. El modelo del siglo XXI debe contemplar un acuerdo internacional de almacenamiento flexible de material crítico que permita anticipar las necesidades y una respuesta rápida si fuera preciso. Ese mercado persa para conseguir material protector con corrupción y engaños no puede repetirse nunca más. Y finalmente debemos avanzar en un grupo multinacional de investigación permanente que permita anticipar y clarificar los aspectos más importantes de una pandemia: búsqueda del reservorio de origen, estudios genéticos de vector viral, diferentes respuestas clínica e inmunológicas, vacunación... No lo hemos hecho bien y lo estamos pagando. El éxito, como han hecho algunos países asiáticos (aprendieron en 2002) es reaccionar de inmediato ante el primer paciente detectado. Vamos a aprender y a preparar mejor nuestra defensa ante el próximo ataque. Sería un reconocimiento a tantos miles de españoles y muchos compañeros que sorprendidos por este virus brutal nos han dejado llenos de pena y de nostalgia. Seguro que para ellos, proteger a sus jóvenes y niños atrapados en casa en una primavera de tibia esperanza sería su último deseo. Se lo debemos.
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