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Bien es cierto que el confinamiento ha demostrado la importancia de las nuevas tecnologías y de la e-administración; pero también ha ensalzado la figura de lo que en Ciencia Política se llama «Street Level Bureaucracy», aquellos trabajadores que tratan directamente con el público y ... de cuya profesionalidad depende en gran medida la calidad de los servicios públicos: cuidadores, sanitarios, docentes...
La mayoría de los profesores pasan por nuestras vidas sin mucha pena ni gloria. Sólo unos pocos logran marcarnos, algunos en sentido negativo, otros en positivo. A estos últimos los llamo «Maestros» (con mayúscula). Todos hemos tenido muchos profesores, pero muy pocos maestros. Yo tuve un par de ellos en Santander: El primero fue el difunto Juan Antonio Sancibrian, 'El Profe' de 3º de EGB del colegio Tagore. Versión hippy del protagonista de 'El club de los poetas muertos', nos hacía aprender jugando y riendo, incluso cuando nos «penalizaba» con los «castigos surrealistas» que ideaba.
El otro colabora en este diario: el crítico de teatro, poeta y activista Fernando Llorente, mi profesor de filosofía en el instituto Pereda, quien nos ofrecía clases de refuerzo, fuera de su horario. «A mí me pagan por la parte que no me gusta, como evaluar o poneros faltas de asistencia... Enseñar no lo considero una obligación, es mi pasión».
Ambos tenían puntos en común: iconoclastas, políticamente incorrectos, inteligentes y humorísticos. Como buenos maestros eran capaces de hacernos amar la materia que impartían y, lejos de adoctrinar, nos incitaban a reflexionar por nosotros mismos (los maestros moldean «libre-pensadores»). Me influyeron en muchos aspectos: mis estudios posteriores, mis libros, mi medio de transporte, mis valores, mi sentido del humor..., quedaron impregnados por ellos. Y es que los auténticos maestros tienen esa capacidad, algo que nunca podrá sustituir tecnología o inteligencia artificial alguna.
La educación 'online' debe ser una herramienta y un complemento eficaz y presente en el sistema educativo y en sus alternativas, como el homeschooling («educación en casa») o el auto-aprendizaje. Pero la figura del maestro, como transmisor de la «Aurea Catena» (cadena dorada del conocimiento) a sus discípulos, es algo presente desde la Antigua Grecia, e incluso antes, a lo que no debemos renunciar.
España dispone de una importante tradición de verdaderos maestros pedagogos: Desde clásicos como Ferrer i Guardia o la Institución Libre de Enseñanza, hasta figuras más recientes como César Bona (quien fue finalista del premio al mejor profesor del mundo) o Juan Carrión, aquel visionario que durante el franquismo enseñaba a sus alumnos inglés a través de las letras de los Beatles. Como lo hacía «de oídas» no cejó en su empeño hasta conocer personalmente a Lennon, quien le ayudó a corregir sus transcripciones y se comprometió a incluir las letras en el siguiente disco (el famoso Sargent Peppers), algo inédito que en adelante fue emulado por todos los grupos, modificando así la posterior historia de la discografía.
Ciertamente, las deficiencias de un profesor «mediocre» se verán compensadas si proporciona la materia de forma completa, estructurada y a través de unas buenas herramientas tecnológicas. Pero la buena enseñanza presencial aporta una serie de relevantes factores que le otorgan un «plus» frente a la virtual:
Si nos centramos en las edades infantiles (Primaria, Secundaria), la presencia física del docente resulta fundamental, hasta el punto de que los mejores formadores deberían hallarse en la infancia. Pero, además, el acudir al centro cumple otras dos funciones muy importantes: la relación del niño con sus compañeros, y la conciliación de la vida laboral y familiar. Y si nos centramos en edades juveniles y enseñanzas superiores (Universidad, Formación Profesional...), se repite la importancia del grupo de iguales -como principal agente de socialización en el joven- junto con otros aspectos vivenciales como las prácticas laborales; o el debate e intercambio de ideas y bibliografía que tiene lugar tanto en el aula -con la ayuda del maestro-, como fuera, entre compañeros, a menudo en ese «ágora» que constituyen las cafeterías de las facultades.
Fue precisamente el referido maestro F. Llorente quien me aconsejó que dejase de estudiar a distancia y prosiguiera en la Universidad de Barcelona, porque «los estudios universitarios , además de cursarlos hay que vivirlos», exprimiendo a fondo la vida cultural, asociativa, deportiva y social que también suponen un valioso enriquecimiento y aprendizaje no académico. En definitiva, al hilo del debate que se está generando entre educación presencial y virtual, considero que la segunda está llamada a ganar protagonismo en el quehacer del maestro moderno, y también en aquellos casos que no permiten la asistencia presencial. Pero sin convertirse en un sustitutivo de ésta, o estaremos confundiendo medios con fines, con el consiguiente riesgo de romper esa «cadena dorada» del conocimiento humanista y libre; y abocarnos a una educación cada vez más deshumanizada y tecnocrática.
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