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La reciente mención de Vladímir Putin a la inevitabilidad de una salida negociada a la guerra desatada por su régimen para hacerse con Ucrania no ha merecido mayor consideración por parte de Kiev y de las potencias occidentales que la del escepticismo. La naturaleza radicalmente ... ilegal de la invasión frustrada del territorio ucraniano –denominada eufemísticamente «operación militar especial» por parte del Kremlin–, la sistemática crueldad de las atrocidades cometidas contra civiles, la revisión permanente de la Historia para justificar lo imperdonable y la premisa latente de que todo diálogo ha de partir del cuestionamiento de la existencia misma de Ucrania como país soberano, obligan a la máxima prevención ante la eventualidad de que en algún momento Moscú se decida a sentarse en torno a una mesa de conversaciones con la única intención de ganar tiempo para rearmarse de misiles y reclutas, así como de argumentos y normas con los que seguir amordazando a la disidencia interna.
Putin no es un interlocutor fiable. Y no lo es sólo porque se muestre una y otra vez dispuesto a faltar a la verdad, a engañar al mundo y a su propia gente con palabras carentes de significado. No lo es porque ha dado sobradas muestras de estar dispuesto a todo con tal de restablecer la autoridad imperial de Rusia a partir del sometimiento de su población y el de sus países vecinos, perpetuando la amenaza sobre Europa y sobre quienes desean ser europeos con todas las libertades, derechos y oportunidades de los demás. La presunción de que hasta el restablecimiento de una paz que no atienda a las condiciones pretendidas por Putin requerirá de una negociación escenificada como tal es un corolario que en ningún caso debería contribuir a pensar en que el Kremlin puede tener algo de razón cuando señala al gobierno de Ucrania, a la Unión Europea, a la OTAN y a Estados Unidos como causantes de los males que atraviesa Rusia. Cuando la autocracia rusa, administradora y beneficiaria de un sistema de corrupción, trata a las democracias liberales como realidades decadentes y caducas.
Los sacrificios que está soportando el pueblo ucraniano incrementan la legitimidad de sus instituciones y el valor de sus decisiones como referencia inexcusable para imaginar siquiera un escenario de negociación de cara a una paz que sea digna para los agredidos. Sin que el victimismo de los agresores convierta a estos en los redactores finales de esta parte de la Historia.
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