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Entre las calamidades de la guerra, escribía el inglés Samuel Johnson en 1758, «debe ser justamente contada la disminución del amor a la verdad, debido a las falsedades que el interés dicta y la credulidad aplaude». En 1916 Philip Snowden, que llegaría a ser el ... primer ministro de hacienda laborista en la historia británica, citó esta idea así: «La verdad es la primera baja en la guerra». Mi contacto inicial con la fórmula ocurrió en un libro del australiano Philip Knightley sobre la historia de los corresponsales de guerra, que en su original inglés se titulaba 'La primera baja' ('The first casualty').
Así pues, en un estado de guerra permanente la verdad está de baja permanentemente.
Esto es válido también para aquellas formas polémicas que no incluyen la violencia, pero sí la competencia encarnizada por medios verbales. Jonathan Swift, el creador de Gulliver, más o menos coetáneo de Samuel Johnson, escribió un ensayo Sobre el arte de la mentira política. «Aunque el demonio sea el padre de las mentiras, parece que, como otros grandes inventores, ha perdido mucha reputación por las continuas mejoras que se han hecho después de él», señalaba con su tono satírico. Entre esas mejoras estaba la instrumentación política de la falsedad, «aplicando este arte a la conquista del poder o a su preservación, así como a la venganza una vez que se ha perdido».
Este defecto venía sucediendo típicamente en las pugnas electorales, pero ahora las campañas electorales duran todo el año y toda la legislatura. Pedro Sánchez lleva en campaña desde el mismo instante en que juró el cargo tras desbancar a Mariano Rajoy. Los 'viernes sociales', que ahora nos granjean llamamientos desde Bruselas a recortar 6.000 millones de euros, fueron el folleto de campaña para el 28-A. Caso insólito en cuatro décadas, la Junta Electoral Central ha abierto expediente al Presidente por presunto abuso de la institución. También en Moncloa la divisa es el 'apreteu': se juega siempre al límite del reglamento. Hasta Franco ha vuelto a conseguir su 'share' en televisión cuarenta años después de entregar el óbolo a Caronte.
Esto significa que la verdad no está de baja laboral sólo durante quince días cada cuatro años: es como si la hubieran jubilado ya en la Seguridad Social por incapacidad absoluta. Para nadie es un misterio que nuestro mundo hiperinformado y multicanal es un mundo 'fake'. Nunca ha sido más ficticia la imagen de la realidad. Las administraciones emiten más datos que nunca, pero la opinión pública y sus exploradores de avanzadilla, los periodistas, no lo tienen menos difícil que otrora. Se está creando ya un nuevo género periodístico, el control de veracidad de datos, el 'fact-checking', que veremos de nuevo la semana entrante con motivo del debate entre candidatos. La BBC tiene una sección llamada 'Reality check'. Facebook contrata 'fact-checkers' o verificadores, una profesión emergente. Pero, ¿quién decide su voto por un 'control de hechos'?
A veces la falsedad adopta la modesta indumentaria del silencio. La verdad se oculta. Se decidió en enero aplazar un año la inversión de la integración ferroviaria en Torrelavega, pero no se contó hasta después de las elecciones. Se decidió en julio recortar 35 millones de programas de inversión regional y sólo se supo cuando la oposición lo destapó. Se ha aplazado a después de las urnas la decisión sobre la futura depuradora del Besaya para no soliviantar a los vecinos de Polanco. Y esta misma semana, aunque la ley cántabra obliga al Gobierno a presentar no más tarde del 31 de octubre el proyecto de ley de Presupuestos para el año siguiente, el Ejecutivo ha decidido, de su mano mayor, que lo presentará el día 13 de noviembre. No quiere que vayamos a votar el día 10 conociendo lo que nos tiene preparado para 2020. ¿Subidas de impuestos? ¿Reducción de inversiones? ¿O es un detalle de deportividad, para no jugar con ventaja frente a la pobre oposición? Sí, esto debe de ser: deportividad. Naturalmente, a usted no se le ocurra saltarse un plazo legal. Si quiere hacer deporte, consulte con su abogado.
Suelo realizar, por deformación profesional, mi propio 'fact-checking'. El otro día oí a un alto responsable decir que estaban «firmados» entre Cantabria y el Gobierno central «120 millones para Valdecilla». Pero en el documento aludido no figura así: simplemente se dice que habrá una partida presupuestaria nominativa, durante un máximo de cuatro años, para saldar la deuda adquirida por el Estado. En ninguna parte se afirma que el Estado, uno de cuyos ministros es firmante del papel, admita que esa 'deuda' suma 120 millones de euros (¡ojalá lo pusiera!). Posiblemente fue un lapsus, pero algunos de los oyentes quizá ejercieron involuntariamente el aplauso de la credulidad.
Pues el problema para nuestras costumbres democráticas es que la falsedad corre más que la verificación. Así decía Swift: «La falsedad vuela y la verdad viene tras ella cojeando, de modo que cuando los hombres se desengañan es demasiado tarde». La verdad es entonces «como un médico que ha encontrado una medicina infalible, después de fallecer el paciente». Si se quieren terapias y no autopsias, se necesitaría un seguimiento más actualizado y transparente de la ejecución presupuestaria, así como de la evolución de los proyectos relevantes. No se evitaría toda la retórica política (ni es deseable, porque posee su encanto indudable cuando es brillante), pero quizá sí, en algunas ocasiones, aquello que Swift describió como «enjambres de mentiras que zumban alrededor de las cabezas de cierta gente, como moscas alrededor de las orejas de un caballo». Y si algún estudiante de Periodismo está leyendo esto y ya es demasiado tarde para matricularse en otra carrera, tome nota: verificador será una profesión de futuro, si la verdad ha de volver algún día a la trinchera de la humanidad. Su patrón ya no será San Francisco de Sales, el amable propagandista, sino Santo Tomás, el apóstol desconfiado.
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Ana del Castillo
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