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Cualquier opinión sobre la situación inédita de crisis sanitaria que se vive en la actualidad por la pandemia del Covid-19 se debe y se tiene que iniciar con un agradecimiento sin límites a todos los trabajadores y trabajadoras que siguen ahí, en primera ... línea para que los demás puedan subsistir y seguir adelante en plena lucha contra el virus y en un confinamiento tan indeseado como necesario.
Ahora es el momento de valorar el esfuerzo y sacrificio que hacen los trabajadores y trabajadoras en servicios esenciales para toda la sociedad, especialmente los de una sanidad pública española que; pese haber sufrido salvajes recortes presupuestarios, la disminución de profesionales o la reducción del número de camas mientras se potenciaba la sanidad privada; están demostrando una profesionalidad impagable que es ya un orgullo nacional.
Deberíamos aprender de los errores y cuando pase esta crisis sanitaria, que va a pasar seguro, no tengamos que sonrojarnos por ser el cuarto país del mundo con mayores recortes en la sanidad pública en la última década o que el gasto público destinado a ella por habitante esté por debajo de los países de su entorno. Incluso así, tenemos la inmensa fortuna de disfrutar de una sanidad y de un sector público de primera categoría gracias a esa mencionada profesionalidad de sus trabajadores y trabajadoras.
Deberíamos de aprender también que un país no es nada sin un sector público fuerte y sólido, bien dotado de recursos humanos y materiales, en el que habrá que invertir por el bien de todos, en definitiva por el interés general. Para garantizarlo, sería bueno empezar a desterrar las famosas «bajadas de impuestos» y reclamar un sistema contributivo justo con una gestión impecable del dinero público. Esta crisis ha igualado a ricos y pobres en el nivel de riesgo y todos se encomiendan sin distinción a esa sanidad pública que tanto se merece.
Lo que está claro es que en esta crisis que afecta a toda la sociedad, al margen de su nivel de riqueza, no puede anteponerse ni siquiera el interés económico al del control de la pandemia y que es fácil criticar y discutir cómo se ha gestionado, aunque ahora no es el momento y ya habrá tiempo de que se rindan cuentas de ello.
Ahora lo que toca es unirse por el bien común y más preciado, la salud; no toca ser protagonista en los medios de comunicación o reclamar un nuevo Gobierno sino arrimar el hombro.
Y lo primero ahora es no cuestionar las recomendaciones de los expertos y de las autoridades sanitarias y, si hay que confinarse, habrá que confinarse hasta cuando sea necesario independientemente de los efectos económicos y laborales que implica el cese de la actividad económica no considerada esencial para la sociedad.
Luego ya llegará la hora de hablar de los problemas postcrisis, que los va a haber y de notable envergadura, y en los que todos tendremos que estar unidos como ahora para solucionar los efectos de esta pandemia sin precedentes.
Ahora bien, y es un aviso para navegantes, lo que no va a ocurrir es que, como en 2008 y en otras crisis económicas anteriores, los trabajadores paguen casi en exclusiva la factura de la generada por el Covid-19, y más, cuando todavía no se han recuperado el poder adquisitivo y el bienestar social de hace 12 años.
Un similar mensaje se debería enviar a Europa porque en una situación como la actual, en la que se reclama más Europa que nunca, más unión que nunca ante el reto común que se tiene para acabar con la pandemia, no es el momento de unas soluciones para los del Norte y otras para los del Sur, no es el momento de que algunos países olviden los principios políticos, económicos y sociales que permitieron la creación de la UE. Se quiera o no y al margen de todas las dificultades, la historia demuestra y contará que esto lo sacó adelante la clase trabajadora.
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