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Uno de los asuntos que más debate ha generado en los últimos meses es el de la despoblación de una buena parte del territorio de Cantabria. Lo primero que resalta es que este fenómeno no es específico de nuestra comunidad, afecta a la mayor parte ... de España. La segunda derivada se apoya en la emigración desde los núcleos rurales a las grandes o medianas ciudades y no es algo nuevo, sino un proceso que se viene desarrollando durante las últimas décadas.
En el presente, se activan medidas para evitar que la pérdida de habitantes en amplias zonas de la región siga creciendo e incluso se quiere revertir el proceso, con la migración desde los núcleos urbanos hacia los municipios despoblados. La pandemia del covid-19 ha sido un catalizador, al situar el teletrabajo como una opción real, al menos en muchas de las actividades cotidianas, y ha ensanchado las opciones para frenar el proceso de abandono de las zonas rurales.
Para aproximarnos a la esencia del fenómeno de la Cantabria vacía es necesario estudiar, aunque sea superficialmente, el proceso histórico. Lo primero que se evidencia es que el éxodo de los pueblos a las ciudades no ha sido impuesto ni forzado. Los habitantes de las aldeas decidieron emigrar para buscar lo que consideraban una vida mejor: empresas en las que trabajar por cuenta ajena, hospitales y escuelas cercanas, más tiempo libre, centros culturales próximos, diferentes formas de ocio y un largo etcétera. No se debe hablar de la Cantabria o la España vaciada, sino simplemente vacía, porque no hubo reasentamientos forzosos, salvo excepciones como las producidas por la construcción del pantano del Ebro. Los montañeses abandonaron la ganadería, la minería y la agricultura para integrarse en otras profesiones menos duras, con mejores oportunidades y en un entorno mucho más dinámico.
La mejora del sistema educativo y las facilidades de movilidad aceleraron el proceso y, en unas décadas, los más jóvenes buscaron su futuro en las urbes. Y lo hicieron con plena libertad, en muchos casos con el abandono de un trabajo por cuenta propia para hacerlo como empleados para otros.
Los humanos tenemos tendencia a agruparnos, a vivir en comunidad y de ahí surge la división del trabajo que ha propiciado el desarrollo y los presentes niveles de bienestar. Entre los factores que han empujado a millones de personas a abandonar sus pueblos para buscar otra vida en las urbes uno, muy importante, es esa pulsión de las personas por tener contacto con la mayor cantidad posible de congéneres. Los sociólogos han estudiado ese deseo tan humano de acceder a un local absolutamente repleto y pasar de largo ante otro vacío. Los datos son contundentes: hoy en día el noventa por ciento de los cántabros han decidido vivir en la franja costera y en el eje Torrelavega-Reinosa. El resto del territorio está despoblado y no hay indicios de que se revierta esa situación.
No es sencillo determinar las razones que han propiciado esa metamorfosis de España, que ha dejado de ser un país rural para renovarse como otro plenamente urbano. Lo que sí queda claro es que ha sido un cambio mantenido en el tiempo y que no ha sido impuesto. La ubicación de grandes factorías -automovilísticas, siderúrgicas y ahora turísticas- ha sido determinante al atraer a millones de españoles que preferían desarrollar un trabajo por cuenta ajena y que eliminaba la sujeción propia de las tareas agrícolas o ganaderas.
Los planes iniciados, tanto en Cantabria como en el resto de España, para reconducir este movimiento de abandono rural son necesarios y deben llevarse a cabo con realismo. Es bueno incentivar que personas jóvenes se asienten en pequeños pueblos, pero no debemos olvidar que esas medidas resultan insuficientes. Tras años de un proceso migratorio interior se deben adoptar soluciones más ambiciosas. Una bien podría ser la de reducir el número de ayuntamientos para evitar que en alguno de ellos vivan menos personas que en un solo edificio de Santander, Torrelavega o Camargo. La formación de municipios de mayor tamaño y presupuesto bien podría aportar un sustrato que anime a más personas a residir de manera permanente en esas zonas de nuestra comunidad que han quedado casi desérticas. Al problema de la despoblación hay que añadir el del envejecimiento. Abordar el abandono del medio rural requiere realismo y no remar contra la corriente. El problema no es nuevo. Recordemos que el cántabro Fray Antonio de Guevara trató, en el siglo XVI, de ensalzar las virtudes de vivir en los pueblos con su obra 'Menosprecio de corte y alabanza de aldea', sin ningún éxito.
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