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Compartí hace poco cena y charla con unos estudiantes de cocina que me daban la razón cuando trataba de explicarles la frase: «Todo el mundo cocina, pero no todo el mundo es cocinero». Es un hecho que en la gastronomía parece que sí hemos ... aprendido a aceptar. Por muy ricas que estén las croquetas de tu abuela, hay una diferencia entre que cocine muy bien y que eso le permita proclamarse como chef, ganar una estrella Michelin o ser capaz de llevar un negocio de hostelería con suficiente eficacia (es mucho más difícil de lo que parece a simple vista). Asumimos que un experto en gastronomía es más cosas que la capacidad de hacer perfectamente 5, 10 o veinte platos como asumimos que, por muy bien que pinte nuestro hijo o muy manitas que sea nuestro vecino del cuarto C, necesitamos llamar a un buen fontanero si, Dios no lo quiera, el Apocalipsis se instala en nuestra bajada de aguas fecales o nos vemos obligados a pintar el techo de la Capilla Sixtina.
Un profesional es aquella persona que se gana la vida haciendo aquello en lo que se ha especializado, para lo que se ha preparado de tal manera. Que acumula una serie de conocimientos sobre ese tema que superan a los de una persona que sólo ha demostrado cierta afición por dicho tema, todos tenemos un primo que lo sabe todo de coches, pero todos acudimos al mejor taller que conocemos cuando tenemos que cambiar el carburador del nuestro. No quiero contarles de esa tía segunda que lo sabe todo sobre medicamentos pero a la que, estoy seguro, no confiarían una operación de un ser querido. Esto marca la diferencia entre aficionado y profesional, el numero superior de conocimientos sobre aquello que tiene la persona que ha logrado cobrar por ello.
¿Quiere esto decir que una persona, por el hecho de ser profesional y vivir de lo que sabe, tiene que gustarnos? Es obvio que no. Porque el gusto personal es insondable, enraíza con nuestro interior, nuestras vivencias, educaciones y cosas que no son ponderables. Por eso puede pasarnos que, de un restaurante lleno de estrellas del que todo el mundo habla maravillas, nosotros salgamos profundamente decepcionados. Que la tienda de la que te han hablado todos tus amigos no tenga la ropa que te gusta llevar, que la película de la que todo el mundo habla haya sido para ti una perdida de tiempo. Incluso que prefiramos un cuadro de Antonio López o de Ferrer Dalmau a uno de Da Vinci, que también sucede.
Hecho todo este camino les voy a pedir un esfuerzo intelectual más, en su mano está hacerlo o no: cambien cualquiera de las profesiones que les he ido nombrando en este artículo por un profesional del humor... Y saquen conclusiones, que no tienen por qué ser las mías, pero seguro será una nueva manera de mirar a estos profesionales. No tienen que gustarle a usted, pero tienen que dejarle hacer lo que hace.
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