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Venía yo cavilando, de vuelta ayer a casa, sobre lo injusta que puede ser la percepción general que se tiene de un profesor universitario, cuando el principal parámetro con que se le juzga es el del número de aprobados y suspensos.
Muy diferentemente, siempre he ... pensado que un buen profesor universitario es el que cumple con sus tareas de investigar y publicar regularmente sus resultados; el que atiende a sus obligaciones administrativas y docentes; el que está al día de sus materias, las vive y las hace claras, amables y comprensibles a sus alumnos; el que ayuda a estos a poner orden en sus mentes, a ser críticos y a pensar por sí mismos; el que genera en el aula un ambiente cordial y respetuoso que invita a todos a expresar opiniones, dudas e incluso cuitas no estrictamente académicas; el que juzga y califica con la debida benevolencia a sus alumnos de acuerdo con el talento y esfuerzo demostrados por cada uno, sin quitarles nada y regalándoles lo justo; en una palabra, un docente ideal que forma a sus alumnos y los hace conscientes de la diferencia que hay entre pasar por una universidad y una fábrica de chocolates.
Es difícil llegar a ser ese profesor ideal; muy fácil, sin embargo, que quienes más directamente te juzgan, autoridades educativas y alumnos, lo hagan en virtud de uno solo de esos parámetros. Así, para algunas autoridades educativas el metro fundamental es el número de aprobados y de suspensos. De esa manera lo hace el Consejo Social de mi universidad, preocupado, únicamente, por si un profesor llega al nivel medio de aprobados o se desvía de él. Por supuesto, los alumnos nunca son enjuiciados por esas autoridades, las cuales nunca se plantean si son buenos o malos, ni si llegan con un nivel mínimo de conocimientos o si alcanzan el requerido en el plan de estudios: se entiende que los aprobados responden a méritos contraídos y los suspensos a un deficiente desempeño del profesor.
Las efectos inmediatos de tal actitud de las autoridades se plasman en cartas personalizadas en las que te advierten de que se ha constatado que suspendes por encima de la media y te piden explicaciones por ello. Unos las dan y otros no, para desesperación de los decanos, que son quienes reciben, envían y tramitan estos informes. Son mecanismos de transparencia y control que están muy bien; pero, sin otros matices, en el fondo el mensaje que recibes es «suspendes mucho, ergo enseñas mal y no estás al nivel de esta universidad», lo que, a su vez, puede acarrear consecuencias no deseadas, no solo para ti, sino para la titulación, que podría incluso desaparecer. No hay queja, en cambio, por aprobar demasiado. Muchos profesores que no quieren líos, antes de poner un suspenso, por muy merecido que sea, se lo piensan, no vaya a ser sobrepasen esa media.
La percepción de los alumnos, por su parte, se ve filtrada a menudo -no siempre, claro- por el resultado que hayan obtenido en la fiesta de los exámenes: el profesor es bueno y deja buen recuerdo, si sacan buena nota, esperada o inesperadamente, o es malo y, sobre todo, injusto, si suspenden, incluso esperadamente. Rara vez aprecian el trabajo que hay detrás de la docencia.
Uno de los justísimos derechos del estudiante es revisar el examen delante de su profesor y recibir las oportunas aclaraciones que justifiquen la nota. En la práctica, eso equivale muchas veces a tener que dar una clase particular completa al estudiante para explicarle de nuevo lo que no ha entendido durante el curso o, lo que es el colmo, lo que no ha escuchado, porque nunca ha ido a case. Pero, a veces, te llevas sorpresas desagradables, como cuando al alumno le dan igual examen y revisión, porque solo viene a pedirte un trueque imposible: el aprobado a cambio de «hacer un trabajo» equivalente; o cuando, tras exponerle sus lagunas, las reconoce y replica abiertamente que no piensa rellenarlas, porque lo que quiere es «ir al aprobado por compensación», otro derecho, casi siempre injustísimo, que tiene el estudiante para cuando ya solo le queda una asignatura por aprobar y no quiere examinarse de ella; puede hacerlo sin más, pero viene a decírtelo para que sientas que tu trabajo ha sido en balde: 'lenis lex, sed lex' ('ley blanda, pero ley').
Así de ingrata puede ser la docencia, atacada por arriba y por abajo en la figura del profesor. En el fondo, lo que el sistema quiere es salirse con la suya y pretender que todo el mundo es bueno y la universidad maravillosa. Tú, como profesor, no puedes estropearlo.
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