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La Real Academia Española define la palabra ideología como «conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona, colectividad o época, de un movimiento cultural, religioso o político, etc.». Javier González Serrano, secretario del Colegio Nacional de Doctores y Licenciados en Ciencias Políticas ... y Sociología, afirma que «las ideologías se constituyen a lo largo del tiempo y se van matizando, y dentro de cada ideología incluso salen diversos matices, como por ejemplo la socialista, que se ha matizado con socialdemocracia, tercera vía... etc. Las ideologías son modelos de ideas que en un momento dado lo que tratan es de ver lo que debe ser la sociedad frente a lo que es la sociedad».
El progresismo es más que una ideología, representa la manera de concebir la realidad característica de la cultura moderna. El gran yo egoísta se convierte en la medida de todas las cosas. Pensar que la historia avanza rectilíneamente hacia la plena realización de las aspiraciones humanas constituye el dogma fundacional de la única ideología socialmente aceptable hoy: el progresismo. Se crea un estado de opinión que no precisa justificación alguna para introducir modificaciones sustanciales tanto en nuestros hábitos de vida como en nuestra manera de percibir la realidad.
Todo comienza a partir de la manipulación del lenguaje que propicia este proyecto de transformación antropológica. Luego viene la deconstrucción que no admite que haya nada sagrado, definitivo, incuestionable. Ahora bien, si se puede desconfiar de todo, si no existe nada digno de respeto y de perduración, desaparecen los cimientos para asentar la convivencia. La vida en común se transforma en un campo de batalla permanente. Y las políticas de ingeniería social patrocinadas por los gobiernos occidentales conducen a la precariedad y a la desorientación.
Para el progresismo, frecuentemente unido al globalismo y a la corrección política, la naturaleza, también la física, ha sido desplazada como criterio por la tecnociencia, cuyos progresos generan novedades que se industrializan como ofertas del mercado, se interiorizan como deseos y necesidades, y se legislan como derechos.
Las creencias y los dogmas que en otro tiempo vertebraron la vida colectiva se sustituyen con una sobredosis de creencias volubles y dogmas pintorescos. El poder se vale de ellos para apropiarse de nuevas parcelas de influencia. Pero no se trata, según ellos, de ninguna imposición totalitaria, sino de imponer su ideología que se considera como la única democrática. Y basándose en ese título, aspira incluso a desautorizar y hasta prohibir legalmente a los demás por antidemocráticos, es decir, no progresistas.
Desde los sectores más conservadores, se le critica al progresismo su voluntad de cambio constante, que hace de éste un valor en sí mismo y no el camino para alcanzar un fin establecido. También se les ha criticado a los progresistas cierto doble rasero a la hora de evaluar las violaciones a Derechos Humanos según se trate de unos regímenes u otros.
Pero la hegemonía cultural de los progresistas —que muchas veces han acarreado retrocesos— se desmorona cada día un poco más. Aunque todavía domina el mundo literario, el periodismo, la enseñanza, la universidad, la industria del espectáculo y el cine. La pseudo-religión «progresista» calla, por ejemplo, ante la llegada de la muerte. La «perspectiva de género», la «resiliencia» omnipresente, las obsesiones estéticas, la visión histérica del sexo… todo eso desaparece cuando al ser humano le llega la hora de dejar este mundo. Cuando se agota nuestro tiempo, descubrimos la profunda verdad que intuimos desde nuestro nacimiento: sin Dios no somos nada, solo polvo en el viento.
Quizá sea ya hora de revertir el presente estado de cosas. Dejemos a un lado a los revolucionarios de salón, los apologistas del cambio por el cambio, los demagogos que propagan el rencor y la mentira. Ejercitemos nuestra capacidad crítica. Pongamos coto, al menos en nuestra conciencia, a tanto despropósito y tanta falsedad. Porque no se trata tanto de vencer al mundo como de impedir que su mentira nos infecte.
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