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Uno. «Lo siento, caballero [o señora], es el protocolo». ¿Les suena? Quien más quien menos, desde hace ya más de un año, ha visto [sinestesia aparte] cómo sus tímpanos eran objeto del embate del referido marbete [cacofonía/ripio aparte]. La presente situación de emergencia/ ... crisis vírica ha ensalzado la sujeción de los comportamientos de unos y de otros a determinadas pautas o guiones, los protocolos, que disciplinan las conductas de los ejercientes de las más variadas profesiones, públicas y privadas [y no sólo, por supuesto, en el ámbito de la medicina], así como de las personas que solicitan las pertinentes prestaciones anudadas al desempeño de aquellas. Una sujeción que se justifica, casi innecesaria es la advertencia, en el propósito de minorar los riesgos propiciados por el agente vírico, mutantes incluidos, responsable de la actual, y ya prolongada en el tiempo, emergencia/crisis vírica.
Dos. Todo protocolo implica un estereotipo, un modelo, un corsé de las conductas sometidas a su férula. En este sentido, por tanto, el diseño del oportuno protocolo hace abstracción de las circunstancias particulares, de los rasgos singulares que pueden ofrecer los múltiples casos o supuestos obedientes a las previsiones normalizadas, esto es, configuradas como patrón o guía, incorporados a los respectivos protocolos.
Tres. Esa normalización, ínsita a la funcionalidad de los protocolos, comporta, así pues, una [cierta, relativa, al menos] negación de la debida individualización de los tratamientos dispensados por los profesionales de turno. El individuo requirente de aquellos deja [al menos, de manera temporal] de ser un individuo para pasar a tener [a ser tratado, por mejor decir] la condición de número [dígase lo anterior, como es inconcuso, sin el menor atisbo o connotación de deshumanización]. Una dispensa de los oportunos tratamientos, en cadena, al modo de la producción industrial de manufacturas, que viera su arranque con la primera revolución industrial decimonónica. El trabajo, en cadena; la producción, en serie. En esta tesitura, los protocolos de la emergencia/crisis vírica han recuperado la mecánica del industrialismo, aun cuando, va de suyo, el resultado de aquella no sea ya la elaboración de bienes/manufacturas sino la prestación de servicios [médicos o del tipo que sea].
Cuatro. Y una normalización que, asimismo, puede arrastrar una [¿insospechada?] consecuencia: la liberación de la responsabilidad personal del profesional que dispensa los oportunos tratamientos. La persona, el profesional, deja de ser responsable en el desarrollo de su actividad; la responsabilidad se traslada al protocolo: la eventual culpa de la persona/profesional, mutada en una eventual culpa del protocolo. De la culpa personal a la culpa del protocolo, del servicio [genérico y abstracto]. Una mutación, otra más, operada por la todavía actual situación de emergencia/crisis sanitaria.
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