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Pertenezco a un grupo de población, ya minoritario, que vivió las cercanías de la postguerra en un pueblo de menos de 700 habitantes de la profunda Castilla construido de adobe y tapiales, con cocinas romanas con fuego en el suelo y con calles llenas de ... polvo o barro, dependiendo de que fuera verano o invierno; sin agua corriente y con grandes limitaciones de todo tipo.
A pesar de las autoridades nombradas a dedo, el mando era ejercido por el sacerdote y la guardia civil, ambos guardianes del comportamiento de los ciudadanos y vigilantes de las buenas costumbres. Ellos disponían con exigencia aquello que era conveniente para el pueblo y sus ciudadanos lo respetaban, pues el castigo era siempre desproporcionado.
Todo era trabajo, trabajo improductivo. El terreno de secano, muy pobre por lo arenoso, solo producía cereales de baja calidad, trigo, centeno, avena y algarrobas hasta que se hizo una presa sobre el río Duero que permitió regar una franja de tierra que, por la riqueza de su suelo, los productos tenían mayor calidad, aumentando así los ingresos económicos.
En las cocinas normalmente se observaban tertulias, especialmente en invierno, cuando las labores del campo decrecían, versando especialmente sobre el esfuerzo o trabajo a realizar; sobre cómo iban las cosechas, si llovía o no llovía y, ocasionalmente, cuando se encontraban abuelos, traían al presente la penuria de la guerra: la codicia, la soberbia, el fanatismo y la venganza. Frente al orden desordenado establecido comenzó una campaña de enfrentamiento fratricida que acabó con un enfrentamiento armado que asoló todo el territorio nacional llenándolo de muertos y heridos; deambulando la población en un ambiente triste, penoso, pobre y amiseriado, con muy escasos recursos, hundidos en la penuria más absoluta.
Así iniciamos el estudio del Bachiller, generalmente con un solo instituto en cada provincia, cuyos profesores disponían de una autoridad absoluta. Era imposible solicitar una revisión de un examen, y una voz más alta que otra en el aula suponía una expulsión, incluso de días. Todo era rigidez, frialdad y lejanía... la ayuda, el acercamiento, y la solidaridad se desconocían. Recuerdo cuando llegó el periodo universitario. No conocíamos a la mayoría de los catedráticos, las clases las impartían los 'mangutas' de turno, de espaldas al alumnado. Tratándose de clases de más de mil alumnos en ocasiones, comenzaban su disertación sin parar, sin hacer comentario alguno, y así hasta el final de la hora. Tampoco era fácil solicitar una entrevista: el catedrático estaba en Madrid y el 'manguta' ausente. Este panorama fue sembrando una inquietud generalizada de hartazgo, decepción, e irritación por lo injusto e inhumano, comenzándose a ver, ocasionalmente, movimientos ordenados y manifestaciones, con las carreras consiguientes perseguidos por los 'grises'.
Con ciertas mejoras, con el esfuerzo de todos, un nivel de vida más aceptable, mayor grado de civismo, una conciencia social más desarrollada y, de forma especial, un deseo de cambio hacia la equiparación con los países europeos, fuimos lentamente caminando, no sin obstáculos graves, como el terrorismo activo y cruel, hasta llegar a la década de los setenta, en la que una población más culta y madura, propició la aparición de unos partidos políticos, en los que se incluyeron, no sin dolor, todos que en ese momento existían. Falleció el dictador, surgió la figura del Rey como timón y referente del cambio, y así llegaron las primeras votaciones, protagonizando el pueblo su futuro. Su participación provocó en muchas personas un halo de satisfacción, de esperanza, de ilusión y de múltiples expectativas, que además lentamente se fueron cumpliendo y seguimos entre otras cosas votando.
Este pedregoso camino, andado con enorme esfuerzo y con múltiples peligros, y en el que muchos perdieron la vida, terminó cosechando una democracia joven, fuerte, inteligente, y luchadora. Pero hace tres legislaturas que ha entrado un descenso, lento, pero cada día más pronunciado, declive tan pronunciado, que en nuestro criterio corremos cierto peligro de accidente grave, de aquellos que terminan en la UCI, y cuya recuperación es incierta.
No puede ser. Se ha perdido la compostura, la adecuación, la mesura; de la imprudencia hemos pasado al grito, con cara de perro feroz, mostrando colmillos al enemigo, porque se desconoce al compañero o contrincante, persiguiéndole como enemigo, porque no me da la razón, porque esta es única, y la tengo yo; se desprecia con agresividad toda exposición, o se expone nuestra verdad como la verdad absoluta, desde la vehemencia, no se busca jamás el encuentro, se lucha por el encontronazo, se persigue el enfrentamiento, alimentado por el odio, la ira y el rencor.
Recuerden por favor. ¿Para qué se les votó?
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