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Ojalá le cacen pronto -o les cacen, no vaya a ser una jauría- y le quiten las ganas de andar por ahí pinchando a nadie, porque desde que trascendieron los casos de ataques a chicas en la Campa de La Magdalena Santander se ha vuelto ... un sinvivir.
Normalmente, todas estas cosas ocurren tan lejos que tendemos a pensar que son pura ficción, combustible para la hoguera mediática. Y más en verano, cuando hay tan poco que contar y florecen las 'serpientes' informativas. Pero claro, no es lo mismo que en Barcelona, en la Costa Azul o en Wisconsin se dediquen a atacar a chicas, a que lo hagan en nuestra propia ciudad. Y sí, está bien salir en los telediarios, pero lo de que hablen de uno aunque sea mal no siempre compensa.
Pero ahora no: que la noticia haya saltado a los telediarios está provocando una psicosis que afecta hasta a los más descreídos. Y al negocio, claro, porque, ¿quién va a dejar que la niña vaya a otro festival, si no hacen más que pincharlas?
Además de sembrar el pánico, este asunto de la sumisión química no dice nada bueno de esta sociedad tan tecnológica y tan post neo guay que hemos creado. Y podemos pensar que serán casos aislados, pero lo que en el fondo subyace es la mentalidad de que, si es posible hacerlo, ¿por qué se van a privar de ello? Por cuestiones morales no, desde luego.
Porque esta vez no se trata de la nueva serie de Netflix o de rumores de lo que le pasó a la amiga de una amiga. Ni de esas leyendas urbanas ochenteras, en las que regalaban drogas a las puertas de los colegios. Colegios que, por cierto, nunca aparecieron.
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