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Suele decirse que la democracia es un modelo de gobierno muy malo pero que todas las alternativas son aún peores. Está claro que sí, pero la democracia se presenta de muchas formas diferentes y en algunas la voz del pueblo es un poco menos nítida ... que en otras. Las elecciones autonómicas de Madrid del 4 de mayo son una prueba de ello. Las distintas formaciones políticas presentarán todos sus candidatos en una lista cerrada y los ciudadanos que acudan a la votación elegirán una sola de las papeletas. Cada lista tendrá unos 136 nombres para que el votante tenga que hacer su elección basándose en el principio de 'todos para uno y uno para todos'. La posibilidad de distinguir un candidato de otro es nula. En consecuencia, los ciudadanos de Madrid tendrán que elegir entre las listas presentadas por los partidos sin posibilidad de expresar su preferencia a favor -o en contra- de ningún candidato en concreto ni siquiera saber mucho de ellos.
Este férreo control de los partidos sobre el sistema electoral cambia de forma muy importante la dinámica de la representación. Dentro de un sistema de listas cerradas, la relación que más importa a un candidato no es con los ciudadanos directamente sino con la maquinaria de su formación. Sin acatar las directrices del secretario general y seguir la disciplina estricta de su grupo, el diputado se encontrará relegado a la cola de la lista o completamente fuera. Si el representante da la cara, escucha bien y trabaja mucho para mantener una buena sintonía con los votantes de su localidad es de importancia secundaria.
Hasta ahora, la estructura actual ha servido para garantizar la estabilidad de los principales partidos y, por tanto, arraigar el sistema democrático en España. Pero cuando le comenté a un diputado que el resultado ha sido dos formaciones con tintes leninistas -tanto el PSOE como el PP- su respuesta fue tajante: «De tintes nada, ¡los dos son muy leninistas!».
Después de más de cuatro décadas ha llegado el momento de debatir algunas reformas al sistema electoral en España para que sea más flexible. Existen varios modelos que podrían crear un sistema de representación por circunscripción (por ejemplo el de EE UU o Reino Unido) o una mezcla de representantes por circunscripción y una lista para mejorar la proporcionalidad (como ocurre en muchos países europeos).
Si el mapa electoral se divide en circunscripciones, cada diputado tiene el deber de forjar una relación muy estrecha con los electores de su distrito, si quiere que le voten. Casi todos organizan consultas de puertas abiertas semanalmente para que cualquier elector pueda conocerlos en persona y los diputados asisten a un sinfín de reuniones con las asociaciones de su localidad. Esta cercanía a la gente obliga al diputado a escuchar y tomar nota de las preocupaciones de los ciudadanos que pueden ser muy diferentes a los debates que interesan a la clase política. Una anécdota: cuando la cuestión nuclear se calentaba en el Reino Unido, los debates sobre las tensas relaciones internacionales dominaban la agenda política.
En unas elecciones generales de la época, una diputada del Partido Laborista pasó piso por piso de su circunscripción en Londres, pidiendo el voto de cada vecino. Con cada uno, su mensaje era el mismo: «Buenos días, soy la candidata del Partido Laborista y le pido su voto. Creo que el tema más preocupante de la actualidad es la locura de la carrera nuclear y la amenaza a la paz global y la seguridad».
La candidata repitió su mensaje como un robot todo el día hasta que se cruzó con una ama de casa muy atareada que le contestó: «Bueno, muy bien, pero ahora mismo a mí no me preocupa tanto la paz global. Lo que más me molesta es que hay un vecino que hace pis en el ascensor. ¿Qué va a hacer usted?». Fue una pregunta incómoda para la candidata, que intentó continuar con su discurso sobre las tensiones en el ámbito internacional. La mujer la cortó en seco e insistió: «Ya, ya, pero el pis en el ascensor, ¿qué va a hacer con el vecino que hace pis en el ascensor?».
Frustrada, la candidata le confesó que no se le ocurría ninguna solución al problema, a lo que la mujer le dijo con brusquedad: «Bueno si usted no puede evitar que un vecino no haga pis en nuestro ascensor, ¿qué coño va a impedir que los rusos desaten una guerra nuclear?»
Afortunadamente, la amenaza de un intercambio nuclear se ha alejado -al menos por ahora- pero los problemas cotidianos permanecen. Y para solucionarlos se necesita un sistema democrático muy vivo que dé prioridad a las preocupaciones de los ciudadanos y no los intereses de sus representantes.
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